viernes, 12 de julio de 2013

Sin salida.

No sé qué ha pasado, pero creo que he cometido un error. Un error nada bueno, algo que no se perdona tan fácilmente. He matado a alguien. Juro por mi propia vida que no lo hice a propósito, pero mi vida estaba en juego y decidí vivir y tener la conciencia sucia a morir y dejar de existir.
Sé que no es digno, es egoísta e insultante. Muchos dicen que se matarían a ellos mismos, pero cuando se ven en la situación esa opinión tan firme empieza a tambalearse.
Nos habíamos perdido en el bosque. Íbamos de excursión con más gente y nosotros nos alejamos más de la cuenta, tanto que no supimos volver. Buscando y buscando anduvimos tres días. Nos alimentábamos de los árboles, bebíamos lo que podíamos pero todo lo bueno acaba y nos vimos sin nada, así que, ante la necesidad empezamos a matar animales. Era horripilante hacerlo pero nos mantenía vivos y no sabían tan mal.
Creo que al cabo de vivir este tormento sin salida durante cinco días empezamos a perder todo tipo de conciencia y no hacíamos más que dar vueltas, no teníamos rumbo. Para rematar, allá hacia donde íbamos parecía que los animales desaparecían. Nos pegamos tres días sin comer, sobreviviendo de lo poco que nuestra pobre boca era capaz de producir por sí sola, es decir, de nuestra saliva.
Ante tal situación, tirados en el suelo como estábamos, sin fuerzas ya y con un calor sofocante, me vino a la mente la idea de comerme a mi acompañante. Era corpulento y tendría para varios días. Me daría las fuerzas necesarias para caminar y llegar a la otra punta, aver si había vida más allás. Si no era así, al menos, lo habría intentado. De este pensamiento me arrepentí al principio y lo descarté pero no se fue muy lejos de mi mente. Nunca se marchó del todo.
Pasaron dos días y moríamos lenta y pesadamente, no podíamos movernos ni para defecar, así que al agobio había que sumarle el horrible olor de las heces bajo nuestros pantalones. Cada minuto que pasaba la idea de matar a mi acompañante se hacía más y más clara.
Al tercer día usé mis pocas fuerzas para ponerme de pie, sacar mi navaja y ponerme encima de mi gran amigo, que dormía plácidamente, o mejor dicho, moría lentamente. Estando así pensaba que no estaba haciendo mal ninguno, ya que debido a su corpulencia y su estado le estaba haciendo un favor y sólo estaba adelantando lo ya esperado. Le estaba ahorrando el sufrimiento. Así que cerré los ojos, tensé mis músculos y con un chillido ahogado por el miedola navaja se clavó en su pecho. Me mantuve así durante lo que pareció una eternidad, en lo que se paraban los espasmos de aquel agonizante cuerpo. Al conseguir calmarme y mirar contemplé a mi compañero con los ojos abiertos como platos y la boca llena de un buchede sangre.
Estuve casi todo ese día tumbado a su lado y pensando qué hacer, hasta que empecé a cortarlo. Este trabajo me llevó toda la noche. Al llegar la mañana no estaba cansado pero sí hambriento, así que comí parte de su cuerpo entre sollozos. Luego cogí mi mochila, metí cuanto pude y reanudé la marcha. 
Al cabo de una semana llegué a la otra punta del bosque y divisé casitas de campo. Mi cuerpo gritó aleluya y mis piernas cayeron en la entrada de una de ellas. Lo último que recuerdo es a un hombre corpulento ayudándome y a una mujer con sopa.
He vuelto a casa y por más que pasa el tiempo, no dejo de pensar lo que pasó en ese bosque. Ojalá nunca hubiera matado a mi compañero pero...tampoco me arrepiento. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario