Oh, querido
guerrero, que desvelas mis sueños con tus heroicas batallas y pones mi alma en
vilo al pensar que en algunas de ellas podrías caer, con tu honor y orgullo
dejándonos atrás. Mas sé que has nacido para esto: luchar y defender ante todos
el gran deber que sobre tus hombros pesa.
Evitar pensar en
ti, en tu determinación, en tu porte seguro y en tus palabras tranquilizadoras
se me antoja imposible, ya que esos recuerdos hacen que mis días sean más llevaderos,
ayudándome así a sobrevivir en esta rutina cruel hasta que nos volvamos a
encontrar.
Mi cuerpo, mente
y espíritu anhelan que a tu vuelta puedas encontrarme y decirme que has leído
mis cartas; éstas mismas cartas que con tanta pasión y ganas se han instalado
en mi corazón, guardándote un hueco que sólo tú puedes llenar, así que, por
favor, no tardes en regresar.
Nuestros caminos
se juntaron por primera vez en la plaza del pueblo. Tú, apuesto y modesto
hablabas con otros compañeros de tu gremio sobre las terribles batallas
libradas y las grandes personas perdidas en su haber. Yo, desde la otra punta
te observaba, atónita. Jamás una voz tan dulce me había cautivado de esa manera
y al verte sólo pude quedar prendida de vuestra merced. Sé que alguien como tú,
importante, con ocupaciones y de tan alto rango no se podrá fijar nunca en
alguien como yo que todavía va a buscar agua al río para que otros se sirvan,
alguien que se pasa las noches en vela tejiendo para aquellos que pueden dormir
sin preocupaciones.
Realmente, no
somos tan diferentes: tú luchas por tu nación y por todos los que la componen y
yo lucho por mantener a mi familia día tras día. Ambos estamos en una guerra
constante aunque en diferentes ámbitos.
Sólo espero que si algún día, vuestra merced quiere saber quién es la
portadora de dichas palabras escritas con todo su corazón, no dude en reunirse
conmigo. Da igual el momento, da igual la hora…la casita blanca con tejado de
paja que está al final del pueblo nunca se moverá de ahí…y yo tampoco.
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