domingo, 20 de marzo de 2016

Cartas a un soldado (tercera parte):


Mi gran desdicha y pesar hace que escriba estas líneas de una forma tan abrupta que me cuesta mantener la calma en este ser inerte insuflado de dolor.
Todo lo temido se ha confirmado. La reunión realizada en el pueblo para saber el paradero de vuestra merced y la de sus hombres ha derramado muchas lágrimas. He visto a madres desfallecer ante la pérdida de sus hijos, a esposas implorar a Dios piedad y a niños que no tenían expresión debido a que su corazón estaba convirtiéndose en añicos. Mas yo allí me encontraba, sin articular palabra, observando detenidamente todo a mi alrededor, cada detalle, cada sonido. Sabía que ese día, sería el último día.
Las palabras del pregonero resonaban en mi cabeza una y otra vez: “Hemos caído”. Seguidamente daba el pésame a las familias mientras les entregaba el resto de sus pertenencias encontradas en el campo de batalla.
Sin ser consciente de a dónde iba o qué hacía me dirigí a casa, esa casa blanca con el techo de paja que dije que siempre te esperaría, igual que su humilde cierva a su amo, pero sé que un para siempre estando en mundos diferentes es mucho tiempo. ¿Qué haré sin sentir de nuevo el latir de mi corazón? Nadie puede vivir sin sentirse amado, sin recibir cariño y puedo jurar ante Dios que todo el que yo anhelo se ha ido. ¿Seré un alma en pena que vaga por el mundo en busca de algo que jamás encontrará? El amor verdadero siempre llega y solamente hay uno, ¿y si tú eras el mío, oh, dulce caballero?
No me digas aún adiós, déjame aunque sea probar el dulce sabor de tus labios prohibidos y conocer el amor en todos sus aspectos. Deja que te muestre que la vida, vista desde otra perspectiva no tiene barreras, ni enemigos ni armas. Dame tu mano, da igual si ya está fría por que la muerte te arropa, vámonos lejos donde podamos ser uno.

¡No me abandones! ¡No me dejes! Por ti creí que la vida puede ser hermosa, llena de sorpresas que pueden hacerte vibrar en cualquier momento y aunque muchas veces tardan en llegar todas las personas buenas del mundo obtienen su recompensa. Tú eres mi guerra, tú eres mi batalla y sólo Dios sabe con cuánta fuerza la he librado hasta hoy para poder conseguir la mayor de las recompensas: tu corazón. En cambio, dormido y sumido en una oscuridad desoladora no volveré a sentirle. Ni a él ni al mío, ya que al conocerte mi corazón formó parte de ti, olvidando que yo lo necesitaba. Tú muerto…yo también muero…




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