jueves, 17 de marzo de 2016

Cartas a un soldado (segunda parte).

Anhelo tu voz…la anhelo tanto como el calor del verano que tanto atormenta pero que se añora en este frío invierno, tanto como el canto de los pájaros que te reconforta y te invita a unirte a su melodía, tanto como el Sol a la Luna, ya que uno sin el otro no son más que sucios astros que nos impregnan de luz pero que juntos, forman un romance tan fuerte que hacen posible la vida de los seres y la belleza de la naturaleza.
Hace más de dos meses que no se os ve por el pueblo y muchos son los rumores que corren, aunque mi cuerpo y mi mente se niegan a creerlos. Se comenta que la guerra ha estallado y nuestro ejército ha caído, dejando que los enemigos ganen una batalla que creíamos nuestra, ¿es cierto? ¿Qué ha pasado con el brío de nuestros caballeros, qué ha pasado con todas las plegarias que hemos llevado a cabo por cada uno de ustedes, qué ha pasado con el ímpetu, con la fuerza? ¿Acaso nuestro enemigo nos ganaba en fuerza y número? ¿Acaso Dios ha querido nuestra derrota?
         Me aferro a la idea de que en esta vida nuestra los comentarios, habladurías y blasfemias son una manera de pasar el tiempo, pero una parte racional de mi subconsciente me dice que podrían estar en lo cierto. Oh, ¿qué haré si resulta que nunca más te llegarán mis cartas, quedando ellas en la nada y sin ser leídas, que no podré volver a oír tu risa clara mientras te observo e imagino mil y una maravillas, que todas mis esperanzas de que nuestros caminos se vuelvan a juntar son nulas? Mi mundo acabaría, puesto que la razón de que cada día siga soportando esta dolorosa existencia eres tú. No estoy preparada para escuchar la verdad, mas una parte de mí necesita saber que estás bien, que todo es una vil mentira y que mis sueños aún tienen un rayo de esperanza al cual aferrarse.

Esta mañana al ir al pueblo el pregonero decía que habría una reunión a la recogida del Sol para informar sobre nuestros avances en las líneas fronterizas. Sólo puedo rezarle a Dios para que te proteja estés donde estés y que me dé fuerzas, las justas y necesarias para mantener vivo este amor, sea cual sea la cruda realidad.




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