domingo, 27 de marzo de 2016

Perfección humana

Mátame, oh sí, mátame…vuelve a sonreír y quedaré sepultada en lo más profundo de esta Tierra que no es capaz de dar todo el calor que tu hermoso cuerpo emana. ¿Qué sabrán los demás de querer, de anhelar o de soñar si nunca han visto tus enormes ojos, en los cuales un océano cabría entero? ¿Qué sabrá el cielo de alturas si nunca habrá tenido tanto vértigo como mi persona cuando me rozas? ¿Qué sabrá la vida del disfrute que proporciona toda ella si jamás ha sido besada por tus labios? Tus labios…tan jugosos y tan atrayentes que parecen ser la misma manzana prohibida del paraíso, la caja de Pandora, un mundo entero por descubrir…mi mundo.
Ámame, es lo único que te pido y a la vida, ¿qué más pedirle si ya me ha dado lo mejor que en ella habita, la criatura perfecta, el Adonis hecho de carne y hueso? Sí…le pediría que si pudiera cambiar la perspectiva te otorgara verte como yo te veo, a través de mis ojos y pudiendo contemplar que para mí eres ese sueño que todo niño desea de pequeño, eres la ilusión en la cara de un anciano al ser escuchado, eres las ganas de alguien desesperado, el ímpetu de la vida, la felicidad del mundo entero.




Arde en la lluvia

Ardo en mitad de la lluvia, nadie me ve, soy completamente invisible, ¿por qué? No quieren ver la realidad…el fuego de nuestro interior pide a gritos salir y ser libre de una vez por todas. Ser quien realmente se quiere ser, sin miedos, sin prejuicios, hacer lo que se quiera sin temor al qué pasará, a sus consecuencias.
Ardo en mitad de la lluvia bailando la danza de los olvidados, siguiendo una música que sólo los locos pueden escuchar pero, ¿sabéis qué? Aunque os hagáis los duros alguna vez caeréis y lo haréis tan bajo como nunca imaginasteis. Sólo ahí os daréis cuenta del valor que guardamos cada uno en nuestro interior, sólo ahí entenderás de lo que te hablo.

Ardo en mitad de la lluvia cantando a la soledad, a la oscuridad y a la eternidad. Tres simples cosas que nos acompañan la mayoría del tiempo, en un bucle que no tiene fin. Pasamos desapercibidos entre tantos iguales y ocupados pensando que no nos damos cuenta de quiénes son los que nos rodean. Mira bien: ella, él. Son iguales que tú. Ellos también arden en mitad de la lluvia, así que grita, salta, canta y llora si es necesario, no te juzgarán, te envidiarán.




domingo, 20 de marzo de 2016

Cartas a un soldado (tercera parte):


Mi gran desdicha y pesar hace que escriba estas líneas de una forma tan abrupta que me cuesta mantener la calma en este ser inerte insuflado de dolor.
Todo lo temido se ha confirmado. La reunión realizada en el pueblo para saber el paradero de vuestra merced y la de sus hombres ha derramado muchas lágrimas. He visto a madres desfallecer ante la pérdida de sus hijos, a esposas implorar a Dios piedad y a niños que no tenían expresión debido a que su corazón estaba convirtiéndose en añicos. Mas yo allí me encontraba, sin articular palabra, observando detenidamente todo a mi alrededor, cada detalle, cada sonido. Sabía que ese día, sería el último día.
Las palabras del pregonero resonaban en mi cabeza una y otra vez: “Hemos caído”. Seguidamente daba el pésame a las familias mientras les entregaba el resto de sus pertenencias encontradas en el campo de batalla.
Sin ser consciente de a dónde iba o qué hacía me dirigí a casa, esa casa blanca con el techo de paja que dije que siempre te esperaría, igual que su humilde cierva a su amo, pero sé que un para siempre estando en mundos diferentes es mucho tiempo. ¿Qué haré sin sentir de nuevo el latir de mi corazón? Nadie puede vivir sin sentirse amado, sin recibir cariño y puedo jurar ante Dios que todo el que yo anhelo se ha ido. ¿Seré un alma en pena que vaga por el mundo en busca de algo que jamás encontrará? El amor verdadero siempre llega y solamente hay uno, ¿y si tú eras el mío, oh, dulce caballero?
No me digas aún adiós, déjame aunque sea probar el dulce sabor de tus labios prohibidos y conocer el amor en todos sus aspectos. Deja que te muestre que la vida, vista desde otra perspectiva no tiene barreras, ni enemigos ni armas. Dame tu mano, da igual si ya está fría por que la muerte te arropa, vámonos lejos donde podamos ser uno.

¡No me abandones! ¡No me dejes! Por ti creí que la vida puede ser hermosa, llena de sorpresas que pueden hacerte vibrar en cualquier momento y aunque muchas veces tardan en llegar todas las personas buenas del mundo obtienen su recompensa. Tú eres mi guerra, tú eres mi batalla y sólo Dios sabe con cuánta fuerza la he librado hasta hoy para poder conseguir la mayor de las recompensas: tu corazón. En cambio, dormido y sumido en una oscuridad desoladora no volveré a sentirle. Ni a él ni al mío, ya que al conocerte mi corazón formó parte de ti, olvidando que yo lo necesitaba. Tú muerto…yo también muero…




jueves, 17 de marzo de 2016

Cartas a un soldado (segunda parte).

Anhelo tu voz…la anhelo tanto como el calor del verano que tanto atormenta pero que se añora en este frío invierno, tanto como el canto de los pájaros que te reconforta y te invita a unirte a su melodía, tanto como el Sol a la Luna, ya que uno sin el otro no son más que sucios astros que nos impregnan de luz pero que juntos, forman un romance tan fuerte que hacen posible la vida de los seres y la belleza de la naturaleza.
Hace más de dos meses que no se os ve por el pueblo y muchos son los rumores que corren, aunque mi cuerpo y mi mente se niegan a creerlos. Se comenta que la guerra ha estallado y nuestro ejército ha caído, dejando que los enemigos ganen una batalla que creíamos nuestra, ¿es cierto? ¿Qué ha pasado con el brío de nuestros caballeros, qué ha pasado con todas las plegarias que hemos llevado a cabo por cada uno de ustedes, qué ha pasado con el ímpetu, con la fuerza? ¿Acaso nuestro enemigo nos ganaba en fuerza y número? ¿Acaso Dios ha querido nuestra derrota?
         Me aferro a la idea de que en esta vida nuestra los comentarios, habladurías y blasfemias son una manera de pasar el tiempo, pero una parte racional de mi subconsciente me dice que podrían estar en lo cierto. Oh, ¿qué haré si resulta que nunca más te llegarán mis cartas, quedando ellas en la nada y sin ser leídas, que no podré volver a oír tu risa clara mientras te observo e imagino mil y una maravillas, que todas mis esperanzas de que nuestros caminos se vuelvan a juntar son nulas? Mi mundo acabaría, puesto que la razón de que cada día siga soportando esta dolorosa existencia eres tú. No estoy preparada para escuchar la verdad, mas una parte de mí necesita saber que estás bien, que todo es una vil mentira y que mis sueños aún tienen un rayo de esperanza al cual aferrarse.

Esta mañana al ir al pueblo el pregonero decía que habría una reunión a la recogida del Sol para informar sobre nuestros avances en las líneas fronterizas. Sólo puedo rezarle a Dios para que te proteja estés donde estés y que me dé fuerzas, las justas y necesarias para mantener vivo este amor, sea cual sea la cruda realidad.




Cartas a un soldado.

Oh, querido guerrero, que desvelas mis sueños con tus heroicas batallas y pones mi alma en vilo al pensar que en algunas de ellas podrías caer, con tu honor y orgullo dejándonos atrás. Mas sé que has nacido para esto: luchar y defender ante todos el gran deber que sobre tus hombros pesa.
Evitar pensar en ti, en tu determinación, en tu porte seguro y en tus palabras tranquilizadoras se me antoja imposible, ya que esos recuerdos hacen que mis días sean más llevaderos, ayudándome así a sobrevivir en esta rutina cruel hasta que nos volvamos a encontrar.
Mi cuerpo, mente y espíritu anhelan que a tu vuelta puedas encontrarme y decirme que has leído mis cartas; éstas mismas cartas que con tanta pasión y ganas se han instalado en mi corazón, guardándote un hueco que sólo tú puedes llenar, así que, por favor, no tardes en regresar.
Nuestros caminos se juntaron por primera vez en la plaza del pueblo. Tú, apuesto y modesto hablabas con otros compañeros de tu gremio sobre las terribles batallas libradas y las grandes personas perdidas en su haber. Yo, desde la otra punta te observaba, atónita. Jamás una voz tan dulce me había cautivado de esa manera y al verte sólo pude quedar prendida de vuestra merced. Sé que alguien como tú, importante, con ocupaciones y de tan alto rango no se podrá fijar nunca en alguien como yo que todavía va a buscar agua al río para que otros se sirvan, alguien que se pasa las noches en vela tejiendo para aquellos que pueden dormir sin preocupaciones.
Realmente, no somos tan diferentes: tú luchas por tu nación y por todos los que la componen y yo lucho por mantener a mi familia día tras día. Ambos estamos en una guerra constante aunque en diferentes ámbitos.
Sólo espero que si algún día, vuestra merced quiere saber quién es la portadora de dichas palabras escritas con todo su corazón, no dude en reunirse conmigo. Da igual el momento, da igual la hora…la casita blanca con tejado de paja que está al final del pueblo nunca se moverá de ahí…y yo tampoco.



Saliva de terciopelo.

Si vieras lo que yo veo… si sintieras lo que yo siento…oh, sus labios, son tan carnosos y adictivos que no puedo dejarlos, su mirada tan oscura y profunda que te atrapa y te inunda, su voz tan calmada y excitante, tan segura de que te tiene, sus brazos tan fuertes y poderosos que te atraen y apretan contra su pecho…
         Siento su latir a mil por hora y cada proximidad es arriesgarse a jugar a un juego en el que él domina y yo sólo me dejo hacer y llevar. La lujuria, la locura, el éxtasis, las ganas…una mezcla de hormonas y deseo se filtra en el aire que se instala en mis pulmones de una forma permanente. Mi mundo gira en torno a él cuando su mirada se posa en mí, soy esclava de sus actos y palabras, soy todo lo que quiera que sea.
         Verle tumbado, expuesto a lo que mi cuerpo quiera de él es todo un deseo echo realidad. Beso su boca lentamente, disfrutando de cada recóndito lugar que esconde, jugando con su lengua tan traviesa, volviéndome adicta de algo que sé que nunca acabará. Admiro sus brazos, fuertes y tensos mientras mis manos se desplazan ávidas por su piel de terciopelo, bajando por su pecho y su estómago. Rebusco entre su pantalón hasta liberarle de él. Mi boca y mi lengua van bajando y dejando un rastro de saliva y besos por doquier. Me detengo en su abdomen, tan ejercitado que cada abdominal es una pequeña duna con sabor a caramelo. Bajo por sus caderas marcadas y puedo sentir su erección tan cerca de mi boca que mi mente se acelera. Nerviosa bajo su ropa interior hasta que por fin le admiro completamente desnudo.
         Aferro mis manos a su miembro y le acaricio. Me acerco lentamente y sin dejar de observar sus pupilas dilatadas recorro con mi lengua todo su ser, le cubro de una fina capa de saliva, como si fuera seda y aligero mi movimiento de mano en lo que mis labios rodean la cúspide y la introduzco en mi boca. Una vez dentro la lamo y siento como se pone aún más dura y escucho que él hace un gemido. Sigo introduciéndolo en mi boca mientras mi mano no deja de actuar. Pierdo la noción del tiempo y al cabo de un rato alzo mis ojos para ver que disfruta.
         Poniéndome de pie me deshago de mi ropa interior y él me atrae hacia sí para tumbarme en la cama boca abajo. Recorre mi nuca y mis hombros con besos y caricias tan suaves que provocan en mí escalofríos de excitación. A medida que va bajando los besos se vuelven más apasionados y de golpe, sin esperármelo, me da la vuelta, me separa las piernas con las suyas, me agarra de las muñecas y quedo totalmente a su merced.
         Me besa tan intensamente como si no hubiera mañana y bajando por mi cuello llega hasta mis senos que ya tensos le esperan con impaciencia. Los besa sin llegar a los pezones y cuando llega a ellos sólo les pasa la lengua, haciendo que mi boca se abra en un gemido tan liberador como el de un alma que lleva muchos años en condena y por fin ve la luz del sol.
         Baja rápidamente y siento que mi estómago se revuelve al saber hacia dónde se dirige. Cierro los ojos dispuesta a dejarme llevar por el placer pero mi espera fue en vano. Al abrirlos veo que está de pie, sujetando un antifaz y una camiseta. Me venda los ojos y me amordaza la boca. Indefensa trato de poner atención para saber dónde se encuentra mi depredador. Siento que vuelve a ponerse sobre mí pero esta vez sentado y algo muy frío pasa por mi cuello, seguido de su boca que lo recoge. Lo difunde por mis pechos y mi abdomen siguiendo su rastro.
         Al llegar a mi sexo siento que ya no está frío y que sólo su boca es la que quiere explorarme. Me abre lentamente las piernas mientras con mucha calma va besando mi pelvis, mis muslos y su interior, sin llegar a donde quiero. Una tortura un tanto deliciosa mientras mis gemidos de excitación quedan ahogados por su camiseta impregnada de su olor. Se detiene y no paro de moverme buscándole hasta que siento su mano en mi abdomen, deteniendo mis movimientos y su lengua recorriéndome implacablemente una y otra vez, jugando conmigo como nadie sabe hacerlo y haciendo que mis gritos salgan despedidos. El placer que recorre mi cuerpo es una prueba de mi ardiente deseo por él.
         Levantándome la cabeza me quita el antifaz y su camiseta para dejar paso a su lengua salvaje dentro de mi boca. Alzo mis piernas hasta entrelazarlas en sus caderas y  mis manos agarran fuertemente su espalda. Entonces busco su sexo con el mío y conectan, entrando y saliendo tan despacio que mi piel se eriza. Dejando de besarle y llegando a su oreja, le doy pequeños besos mientras le imploro: más, más, más.

         Su movimiento se acelera y mis quejidos también, dos cuerpos, un deseo, el mismo final. Sale de mí y se acuesta a mi lado mientras con un movimiento ágil me incorporo sobre él y entre caricias, besos y gemidos nos dejamos llevar hasta un éxtasis que termina en el paraíso…