Si vieras lo que
yo veo… si sintieras lo que yo siento…oh, sus labios, son tan carnosos y
adictivos que no puedo dejarlos, su mirada tan oscura y profunda que te atrapa
y te inunda, su voz tan calmada y excitante, tan segura de que te tiene, sus
brazos tan fuertes y poderosos que te atraen y apretan contra su pecho…
Siento su latir a mil por hora y cada proximidad es
arriesgarse a jugar a un juego en el que él domina y yo sólo me dejo hacer y
llevar. La lujuria, la locura, el éxtasis, las ganas…una mezcla de hormonas y
deseo se filtra en el aire que se instala en mis pulmones de una forma
permanente. Mi mundo gira en torno a él cuando su mirada se posa en mí, soy
esclava de sus actos y palabras, soy todo lo que quiera que sea.
Verle tumbado, expuesto a lo que mi cuerpo quiera de él es
todo un deseo echo realidad. Beso su boca lentamente, disfrutando de cada
recóndito lugar que esconde, jugando con su lengua tan traviesa, volviéndome
adicta de algo que sé que nunca acabará. Admiro sus brazos, fuertes y tensos
mientras mis manos se desplazan ávidas por su piel de terciopelo, bajando por
su pecho y su estómago. Rebusco entre su pantalón hasta liberarle de él. Mi
boca y mi lengua van bajando y dejando un rastro de saliva y besos por doquier.
Me detengo en su abdomen, tan ejercitado que cada abdominal es una pequeña duna
con sabor a caramelo. Bajo por sus caderas marcadas y puedo sentir su erección
tan cerca de mi boca que mi mente se acelera. Nerviosa bajo su ropa interior hasta
que por fin le admiro completamente desnudo.
Aferro mis manos a su miembro y le acaricio. Me acerco
lentamente y sin dejar de observar sus pupilas dilatadas recorro con mi lengua
todo su ser, le cubro de una fina capa de saliva, como si fuera seda y aligero
mi movimiento de mano en lo que mis labios rodean la cúspide y la introduzco en
mi boca. Una vez dentro la lamo y siento como se pone aún más dura y escucho
que él hace un gemido. Sigo introduciéndolo en mi boca mientras mi mano no deja
de actuar. Pierdo la noción del tiempo y al cabo de un rato alzo mis ojos para
ver que disfruta.
Poniéndome de pie me deshago de mi ropa interior y él me
atrae hacia sí para tumbarme en la cama boca abajo. Recorre mi nuca y mis
hombros con besos y caricias tan suaves que provocan en mí escalofríos de
excitación. A medida que va bajando los besos se vuelven más apasionados y de
golpe, sin esperármelo, me da la vuelta, me separa las piernas con las suyas,
me agarra de las muñecas y quedo totalmente a su merced.
Me besa tan intensamente como si no hubiera mañana y bajando
por mi cuello llega hasta mis senos que ya tensos le esperan con impaciencia.
Los besa sin llegar a los pezones y cuando llega a ellos sólo les pasa la
lengua, haciendo que mi boca se abra en un gemido tan liberador como el de un
alma que lleva muchos años en condena y por fin ve la luz del sol.
Baja rápidamente y siento que mi estómago se revuelve al
saber hacia dónde se dirige. Cierro los ojos dispuesta a dejarme llevar por el
placer pero mi espera fue en vano. Al abrirlos veo que está de pie, sujetando
un antifaz y una camiseta. Me venda los ojos y me amordaza la boca. Indefensa
trato de poner atención para saber dónde se encuentra mi depredador. Siento que
vuelve a ponerse sobre mí pero esta vez sentado y algo muy frío pasa por mi
cuello, seguido de su boca que lo recoge. Lo difunde por mis pechos y mi
abdomen siguiendo su rastro.
Al llegar a mi sexo siento que ya no está frío y que sólo su
boca es la que quiere explorarme. Me abre lentamente las piernas mientras con
mucha calma va besando mi pelvis, mis muslos y su interior, sin llegar a donde
quiero. Una tortura un tanto deliciosa mientras mis gemidos de excitación
quedan ahogados por su camiseta impregnada de su olor. Se detiene y no paro de
moverme buscándole hasta que siento su mano en mi abdomen, deteniendo mis
movimientos y su lengua recorriéndome implacablemente una y otra vez, jugando
conmigo como nadie sabe hacerlo y haciendo que mis gritos salgan despedidos. El
placer que recorre mi cuerpo es una prueba de mi ardiente deseo por él.
Levantándome la cabeza me quita el antifaz y su camiseta
para dejar paso a su lengua salvaje dentro de mi boca. Alzo mis piernas hasta
entrelazarlas en sus caderas y mis manos
agarran fuertemente su espalda. Entonces busco su sexo con el mío y conectan,
entrando y saliendo tan despacio que mi piel se eriza. Dejando de besarle y
llegando a su oreja, le doy pequeños besos mientras le imploro: más, más, más.
Su movimiento se acelera y mis quejidos también, dos
cuerpos, un deseo, el mismo final. Sale de mí y se acuesta a mi lado mientras
con un movimiento ágil me incorporo sobre él y entre caricias, besos y gemidos
nos dejamos llevar hasta un éxtasis que termina en el paraíso…