-¿Eres un guerrero?- Escuché en la lejanía sin ver aún aquella figura con nitidez. Esa voz, oh, esa voz tan dulce y delicada.
-Sí o al menos lo que de él queda- contesté.
-¿Y tus armas? ¿Tu armadura?
-Oh, nada de eso me queda ya. Llegar hasta aquí me ha costado eso y más.
-Rodeádle.
Cientos de soldados estaban a mi alrededor, apuntándome con armas y sin ninguna defensa caí al suelo, rendido. Nada ya podía hacer. El cansancio y la falta de provisiones para poder luchar me hicieron desfallecer ante la muerte venidera que se anticipaba. Cerré los ojos y esperé que el mundo me tragara en toda su inmensidad.
- Incorpórate, quiero verte de pie.
Sacando fuerzas de flaqueza me incorporé y pude ver que dos de los soldados se apartaban para dar paso a esa voz que aún no tenía rostro. Al verla, mi alma se heló, un escalofrío me recorrió el cuerpo tan rápido como la sangre que fluye entre mis venas.
Una chica, con un traje bastante ceñido a su cuerpo de un color blanco tan puro como la misma nieve, sus cabellos rizados le colgaban sobre los hombros del mismo color, su piel hacía mucho que no recibía la luz del Sol, sus labios violetas en los cual desearía besar hasta el mismo Adonis y sus ojos, tan grises y profundos que la galaxia entera se perdería en ellos.
Avanzó firme con un cetro algo más alto que ella. El cetro era una vara de hielo donde en su interior circulaba fuego pero no le quemaba. En la cúspide de esta vara se abría una especie de flor entrelazada de la que salían llamas. Boquiabierto no fui capaz de articular palabra alguna hasta que vi que se acercaba tanto que ni un centímetro nos separaba, podía sentir el frío que emanaba de ella y cómo el fuego del cetro se intensificaba más.
Acercándome todo lo posible a este humano, tengo que reconocer que es bastante apuesto: moreno, alto, fuerte, ojos marrones y una mandíbula tan firme que emana seguridad. Tengo que reconocer que si ha llegado hasta aquí es por que de verdad le interesa ganarse lo que tantos otros sólo han sido capaces de soñar. Aún así no debo fiarme. No caeré otra vez.
Tan cerca como puedo de él le examino de arriba abajo. Tiene una buena postura, sabe mantener la calma aunque puedo oler su miedo a quinientos kilómetros de distancia. Doy una vuelta a su alrededor y puedo ver que el exterior es mucho más de lo que pudiera desear. Al ponerme delante de él de nuevo levanto mi mano y él se endereza aún más. Le muestro que no tengo nada y muy despacio le toco el hombro y puedo notar la dureza de sus músculos forzados, parecen de hierro. Sigo recorriendo su cuerpo hasta llegar a su mano y noto el calor de la sangre correr en su interior. Le miro a los ojos y le pregunto su nombre:
-Týr.
-¿Desde dónde vienes, Týr?
-No importa la distancia que haya recorrido si al final del camino consigo la victoria.
Le sonrío con tal delicadeza que noto que se le eriza el cuerpo.
-Muy bien. Enhorabuena, has llegado hasta el final pero la peor de las pruebas aún está esperándote.
Con un gesto de la mano les ordeno a mis soldados que se retiren y me alejo unos cuantos metros de Týr a lo que le pregunto:
- ¿Sabes luchar?
-Sí, sé luchar.
-Empecemos...
Sin darme cuenta toda la estancia dejó de ser blanca y pura para convertirse en un lugar áspero, frío y totalmente oscuro. No distingo absolutamente nada, sólo a la princesa, que brilla con luz propia. Veo como mueve sus labios pero no escucho su voz y de repente, delante de mí observo un escudo tan duro como el mismo hierro, una espada tan afilada como el mejor de los machetes y una vara de un metro echa totalmente de hielo.
-Escoge uno- escucho desde el otro lado.
Observando los tres me decido por la espada y al tocarla los demás artilugios se desvanecen como si fueran escarcha.
-¿Preparado?- me dice mientras detrás de ella emerge un ser tan grande y descomunal como si de una montaña se tratase...¡Un gigante de hielo!
Rápido y sin esperar respuesta corro hacia el gigante a lo que este escupe una gran estera de hielo. Deslizándome por ella consigo llegar hasta una de sus piernas y golpeo todo lo fuerte que me permiten mis brazos, aunque apenas causándole una melladura.
El gigante, al darse cuenta agitó sus piernas tan fuerte que terminé golpeándome la cabeza contra una de las paredes. Haciendo caso omiso del dolor atenazante me incorporo y espero al siguiente ataque de mi agresor. Éste empieza a correr y a saltar a lo que el suelo empieza a romperse como si un terremoto saliera de las piernas de aquel gigante. Esperando a que se acercara lo máximo posible salto hasta alcanzar su pecho y clavo la espada hasta quedarme colgado escuchando cómo el ser daba quejidos de dolor. Empecé a deslizarme con toda la fuerza posible hasta abajo, intentando rasgarle desde el pecho hasta el estómago mientras el ser se movía como un psicótico corrompido por el dolor. De las heridas que iba dejando la espada podía ver que del interior del gigante salía agua y al llegar a lo que debería ser su entrepierna salté y vi cómo se desplomaba, ahogándose en su propia sangre tan cristalina como el agua del mar.
Exhausto y empapado en sudor busco a la princesa hasta que a lo lejos veo una pequeña luz. Acercándome con cuidado diviso una puerta tan alta que ni veinte hombres podrían con ella. Me acerco a ella e intento abrirla y para mi sorpresa es tan ligera como una pluma. En el interior de la estancia pude divisar que del suelo salían escarchas formando un semi círculo hasta la otra punta de la habitación de unos cinco metros de altura.
El suelo, totalmente de cristal transparente corre un pasillo entre aquellos semi círculos que dan a una gran figura que no se divisa a simple vista pero que produce un sonido. Avanzando con la guardia alta puedo ver que todo está rodeado de soldados inmóviles, armados y dispuestos a atacar si fuera necesario.
Al llegar a unos metros de distancia puedo ver que aquella figura del principio es un corazón tan grande que ni el palacio se le asemeja. Forrado de cristal exteriormente se pueden oír sus latidos que confirman que en su interior aún hay sangre que hace que siga con vida. En lo alto puedo divisar un trono y en él a la princesa.
- Felicidades, Týr. Has sido capaz de pasar todos los obstáculos sin morir, dicha que otros han querido correr pero por falta de valor e inexperiencia no han podido. E aquí la gran cuestión, caballero. Yo soy el premio, como ya sabrá y cualquiera capaz de llegar hasta aquí merece ser el rey de mi corazón.
Antes de poder contestar una fina brisa me elevó hasta dejarme casi a la altura de la princesa y examinando su belleza, sólo pude decir:
-¿Me permitiría saber su nombre?
Extendiéndome la mano y ofreciéndosela para quedarnos a la misma altura me responde:
-Sky.
Acto seguido nuestras miradas se buscan, nuestros cuerpos se juntan y su frío se une a mi calor, formando uno y sus labios se compenetran con los míos en un beso tan intenso y profundo que el mundo deja de existir. Al abrir los ojos puedo ver que toda la estancia se tiñe de un color marrón cálido, dando paso a un palacio realmente majestuoso y a una princesa que jamás creí poder tener.
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