Por fin hay
actividad humana dentro de mi hermoso castillo. Los cuatro guerreros que han
sido capaces de derribar los obstáculos exteriores están en la entrada,
admirando desde su simpleza una belleza que jamás entenderán. He dado la señal
de alerta y todos están en sus posiciones, sólo yo voy a disfrutar de este
juego.
Mi castillo es
tan grande como si de una isla se tratase, quizá nunca lleguen a encontrarme o
quizá se pierdan entre sus paredes transparentes que guardan secretos tan
antiguos como la vida misma. Esta hermosa estructura se compone de tres plantas,
en los cuales a cada paso que se da puede ser una amenaza, ya que nadie sabe lo
que se esconde detrás de cada puerta. Debido a la complicidad de su
construcción ir ascendiendo hasta la cumbre del castillo no es tarea fácil.
Todas las opciones de ascender están ocultas a ojos humanos, a ojos que no sean
ávidos de información y que se pierden en esta belleza glaciar, viendo sólo en
ella un simple palacio que ha sucumbido al frío, siendo su principal atracción.
Sólo los más valientes llegarán a mí o veré cómo caen, al igual que el resto. .
Ningún guerrero ha sido capaz de llegar más allá de la primera planta y estos
caballeros no serán menos.
Admirando
aquella mansión helada ninguno sabía qué decir. La puerta por la que habían
entrado era tan pesada que era imposible creer que fuera de cristal. Todo el
interior de la estancia era tan fría y transparente que parecía que flotaban,
todo parecía muy delicado. Lo que más les sorprendía no era la estructura de
aquel edificio si no todos los guerreros que permanecían inmóviles y sin ningún
calor en sus cuerpos inertes. Al alzar la vista pudieron ver que en el centro
del gran recibidor unas escaleras subían a una primera planta, cerciorándose
que era la única manera de acceder a las demás estancias.
El primer
guerrero se adelantó para subir por las escaleras sin decir palabra, a lo que
los demás admiraban aún la belleza inquietante de aquel lugar. Al poner su pie
en el escalón sintió que se balanceaba, algo le detenía y sin dar importancia
tiró tan fuerte que el escalón se rompió, dejando a su paso retazos de hielo
que al tocar el suelo se diluyeron en pequeños trocitos, sonando tan fuerte
como si se hubiera caído una gran muralla. El guerrero siguió avanzando y a
medida que lo hacía podía ver que la planta superior era mucho más fría que la
anterior. Sin darse cuenta empezó a perder la movilidad de sus piernas poco a
poco, mas ingenuo creyó que no pasaba nada, hasta que no pudo seguir avanzando.
Antes de poder articular palabra alguna sintió que caía. Todo a sus pies se abría
hacia un mar insondable de oscuridad que no tenía final.
Los tres soldados
se quedaron boquiabiertos y dudando de quién daría el siguiente paso. El
segundo soldado, divisó a uno de los lados una pared que parecía diferente a
las demás. Al acercarse tentó dicha pared y se dio cuenta de que no era de
hielo, era un simple espejo, puesto ahí por alguna extraña razón. Alejándose un
poco arremetió en su contra y derrumbando la mitad del espejo dio paso a una
escalera que subía directamente al primer piso.
Subieron los
tres ávidos por dicha escalera y se encontraron con un amplio pasillo. En él sólo
destacaba un gran abanico de puertas con diferentes tonalidades. No habían
escaleras, no habían elevadores, nada que les pudiera hacer ascender, así que
decidieron separarse y coger cada uno su camino para poder llegar al final.
El segundo
guerrero entró en la puerta de su izquierda, coronada de un color marfil. Al
entrar la puerta calló pesada a sus espaldas y pudo comprobar que en aquella
habitación no había absolutamente nada, sólo una ventana situada en el techo y
unos salientes bastantes repartidos y pequeños. Supo inmediatamente que ésa
sería su forma de avanzar a la segunda planta. Sin dilaciones buscó los
salientes más cercanos a la ventana para poder avanzar hasta ella lo más rápido
posible, mas al poner su pie en uno de los recovecos salió de él una gran
cantidad de gas que le dejó sin respiración unos segundos. Al recomponerse
prosiguió su camino, pero a medida que lo hacía seguía saliendo mucho más gas y
al guerrero le costaba mucho más trabajo continuar. De repente se sentía muy
cansado, como si una pesadumbrez le sobrecogiera y casi al tocar ya con sus
anchos dedos el filo de la ventana sucumbió a un sueño del que jamás volvería a
despertarse.
El tercer guerrero avanzó por el estrecho pasillo hasta
encontrar una puerta totalmente roja. La habitación era bastante estrecha y
estaba impregnada de un olor que no sabía describir con total precisión. No se
había movido desde que se cerró la puerta, observando ávido cada rincón y
alcanzó a divisar, en el fondo, unos pequeños montoncitos que se movían
lentamente. Al dar el primer paso las paredes empezaron a encoger y aquellos
cuerpos empezaron a moverse cada vez más rápido, como buscando una salida. El
guerrero, sin saber qué hacer y con el corazón en un puño intentó buscar algún
recoveco donde guarecerse pero era prácticamente imposible. Desesperado pudo
ver que corrían hacia él unas serpientes blancas y gruesas y que las paredes
estaban cada vez más cerca. No tenía escapatoria y gritando como un pobre e
infeliz loco sintió como su cuerpo empezaba a aplastarse entre las paredes y
las serpientes mordisqueaban su cuerpo hasta teñir la estancia de rojo.
El cuarto guerrero caminó tranquilamente por el pasillo
hasta llegar a una puerta bastante pobre. Llevado por un instinto entró y pudo
divisar que en aquel cuarto no había suelo. Estaba encima de una estrecha
plataforma que se unía a un camino bastante pobre e inseguro de 20 centímetros de
ancho, terminando en otra plataforma y en otra puerta totalmente cerrada. En
mitad del camino colgaba una llave tan brillante que parecía estar echa con el
mejor diamante del mundo. El guerrero, decidido, empezó a caminar por el
pequeño sendero que le llevaría hasta la puerta, lento pero implacable. En un
auto reflejo miró hacia el vacío que había a sus pies y no vio nada, sólo un
color tan negro y profundo que le llamaba como si de la mismísima muerte se
tratara. Avanzó hasta alcanzar la llave y jalando de su fino hilo para
quedársela se dio cuenta de que el sendero a sus espaldas empezaba a caer hacia
aquella inmensidad. Viendo la suerte que le esperaba corrió hasta que dejó de
sentir el camino en sus pies y dando un
salto tan grande como jamás pensaría poder darlo se agarró a la plataforma.
Colgando como estaba respiró pesadamente hasta que sacó fuerzas de flaqueza y
se incorporó en la plataforma. Aún con dificultad abrió la segunda puerta que
le llevaría a la segunda planta.
Allí pudo divisar que toda la estancia era un gran círculo
en pleno movimiento. El mecanismo que lo formaba iba recorriendo desde las
paredes hasta el centro y acababa en un gran agujero del que desprendían
llamaradas como si el infierno aguardara allí debajo. No había forma de avanzar
por ningún lugar sin tener que pisar aquellas cintas que te llevaban al paraíso
del mismísimo Hades. Escudriñó la estancia varias veces y en la otra punta, más
allá del fuego, divisó un pequeño pasillo que se adentraba sin dejar ver qué
había al otro lado. La única manera de llegar hasta él, era dejar que las
cintas te transportaran hasta el fuego y una vez allí saltarlo para seguir por
la cinta que llevaba hasta ese pasillo.
Ajustando bien su armadura y seguro de sí mismo el guerrero
puso un pie en la cinta de color amarillo. Tratando de conservar el equilibrio
vio que las cintas iban más deprisa a medida que se acercaban al fuego. A unos
metros de distancia del suelo empezaron a salir cuchillas tan afiladas que
hasta el aire las temía, tan largas que doblaban al guerrero en altura. El
guerrero, sorprendido, esquivó como pudo una de ellas saltando hasta la cinta
de al lado que iba mucho más deprisa que la anterior y en un abrir y cerrar de
ojos estaba delante del fuego. Antes de caer pudo saltar pero no lo suficiente
como para llegar a la cinta que daba hacia el pasillo, así que se vio de nuevo
recorriendo el círculo.
Con todos los sentidos alerta esquivó todas las cuchillas
que iban a por su cuerpo y cogiendo carrerilla traspasó el fuego, aunque
lamentablemente su armadura estaba en llamas. Se deshizo de ella como pudo,
dejando a su cuerpo totalmente indefenso pero para su sorpresa, había
conseguido llegar hasta el pasadizo.
A medida que avanzaba el pasillo empezó a iluminarse con
unos toques blancos y la cinta se paró en seco. Al dar unos pasos le inundó
tanta luz que tuvo que pestañear varias veces para poder ver con claridad dónde
estaba. La sala era totalmente diferente a las demás. Las paredes parecían
copos de nieve que se habían ido depositando y formando un gran bloque, el
suelo era tan suave que parecía que estaba pisando dientes de león y podía
observar que a cada paso que daba su huella permanecía unos segundos antes de
que desapareciera. Todo irradiaba paz y tranquilidad.
Caminó tranquilo hasta que a lo lejos, divisó una figura,
tan pequeña pero a la vez tan imponente que hizo que su cuerpo se estremeciera
con un escalofrío. Algo le decía que aquel ser era la princesa de hielo de la
que tanto hablaban.
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