miércoles, 27 de enero de 2016

Palacio de cristal 4: Iceberg.

-¿Eres un guerrero?- Escuché en la lejanía sin ver aún aquella figura con nitidez. Esa voz, oh, esa voz tan dulce y delicada.
-Sí o al menos lo que de él queda- contesté.
-¿Y tus armas? ¿Tu armadura?
-Oh, nada de eso me queda ya. Llegar hasta aquí me ha costado eso y más.
-Rodeádle.
Cientos de soldados estaban a mi alrededor, apuntándome con armas y sin ninguna defensa caí al suelo, rendido. Nada ya podía hacer. El cansancio y la falta de provisiones para poder luchar me hicieron desfallecer ante la muerte venidera que se anticipaba. Cerré los ojos y esperé que el mundo me tragara en toda su inmensidad.
- Incorpórate, quiero verte de pie.
Sacando fuerzas de flaqueza me incorporé y pude ver que dos de los soldados se apartaban para dar paso a esa voz que aún no tenía rostro. Al verla, mi alma se heló, un escalofrío me recorrió el cuerpo tan rápido como la sangre que fluye entre mis venas.
Una chica, con un traje bastante ceñido a su cuerpo de un color blanco tan puro como la misma nieve, sus cabellos rizados le colgaban sobre los hombros del mismo color, su piel hacía mucho que no recibía la luz del Sol, sus labios violetas en los cual desearía besar hasta el mismo Adonis y sus ojos, tan grises y profundos que la galaxia entera se perdería en ellos.
Avanzó firme con un cetro algo más alto que ella. El cetro era una vara de hielo donde en su interior circulaba fuego pero no le quemaba. En la cúspide de esta vara se abría una especie de flor entrelazada de la que salían llamas. Boquiabierto no fui capaz de articular palabra alguna hasta que vi que se acercaba tanto que ni un centímetro nos separaba, podía sentir el frío que emanaba de ella y cómo el fuego del cetro se intensificaba más.


Acercándome todo lo posible a este humano, tengo que reconocer que es bastante apuesto: moreno, alto, fuerte, ojos marrones y una mandíbula tan firme que emana seguridad. Tengo que reconocer que si ha llegado hasta aquí es por que de verdad le interesa ganarse lo que tantos otros sólo han sido capaces de soñar. Aún así no debo fiarme. No caeré otra vez.
Tan cerca como puedo de él le examino de arriba abajo. Tiene una buena postura, sabe mantener la calma aunque puedo oler su miedo a quinientos kilómetros de distancia. Doy una vuelta a su alrededor y puedo ver que el exterior es mucho más de lo que pudiera desear. Al ponerme delante de él de nuevo levanto mi mano y él se endereza aún más. Le muestro que no tengo nada y muy despacio le toco el hombro y puedo notar la dureza de sus músculos forzados, parecen de hierro. Sigo recorriendo su cuerpo hasta llegar a su mano y noto el calor de la sangre correr en su interior. Le miro a los ojos y le pregunto su nombre:
-Týr.
-¿Desde dónde vienes, Týr?
-No importa la distancia que haya recorrido si al final del camino consigo la victoria.
Le sonrío con tal delicadeza que noto que se le eriza el cuerpo.
-Muy bien. Enhorabuena, has llegado hasta el final pero la peor de las pruebas aún está esperándote.
Con un gesto de la mano les ordeno a mis soldados que se retiren y me alejo unos cuantos metros de Týr a lo que le pregunto:
- ¿Sabes luchar?
-Sí, sé luchar.
-Empecemos...


Sin darme cuenta toda la estancia dejó de ser blanca y pura para convertirse en un lugar áspero, frío y totalmente oscuro. No distingo absolutamente nada, sólo a la princesa, que brilla con luz propia. Veo como mueve sus labios pero no escucho su voz y de repente, delante de mí observo un escudo tan duro como el mismo hierro, una espada tan afilada como el mejor de los machetes y una vara de un metro echa totalmente de hielo.
-Escoge uno- escucho desde el otro lado.
Observando los tres me decido por la espada y al tocarla los demás artilugios se desvanecen como si fueran escarcha.
-¿Preparado?- me dice mientras detrás de ella emerge un ser tan grande y descomunal como si de una montaña se tratase...¡Un gigante de hielo!
Rápido y sin esperar respuesta corro hacia el gigante a lo que este escupe una gran estera de hielo. Deslizándome por ella consigo llegar hasta una de sus piernas y golpeo todo lo fuerte que me permiten mis brazos, aunque apenas causándole una melladura.
El gigante, al darse cuenta agitó sus piernas tan fuerte que terminé golpeándome la cabeza contra una de las paredes. Haciendo caso omiso del dolor atenazante me incorporo y espero al siguiente ataque de mi agresor.  Éste empieza a correr y a saltar a lo que el suelo empieza a romperse como si un terremoto saliera de las piernas de aquel gigante. Esperando a que se acercara lo máximo posible salto hasta alcanzar su pecho y clavo la espada hasta quedarme colgado escuchando cómo el ser daba quejidos de dolor.  Empecé a deslizarme con toda la fuerza posible hasta abajo, intentando rasgarle desde el pecho hasta el estómago mientras el ser se movía como un psicótico corrompido por el dolor. De las heridas que iba dejando la espada podía ver que del interior del gigante salía agua y al llegar a lo que debería ser su entrepierna salté y vi cómo se desplomaba, ahogándose en su propia sangre tan cristalina como el agua del mar.
Exhausto y empapado en sudor busco a la princesa hasta que a lo lejos veo una pequeña luz. Acercándome con cuidado diviso una puerta tan alta que ni veinte hombres podrían con ella. Me acerco a ella e intento abrirla y para mi sorpresa es tan ligera como una pluma. En el interior de la estancia pude divisar que del suelo salían escarchas formando un semi círculo hasta la otra punta de la habitación de unos cinco metros de altura.
El suelo, totalmente de cristal transparente corre un pasillo entre aquellos semi círculos que dan a una gran figura que no se divisa a simple vista pero que produce un sonido. Avanzando con la guardia alta puedo ver que todo está rodeado de soldados inmóviles, armados y dispuestos a atacar si fuera necesario.
Al llegar a unos metros de distancia puedo ver que aquella figura del principio es un corazón tan grande que ni el palacio se le asemeja. Forrado de cristal exteriormente se pueden oír sus latidos que confirman que en su interior aún hay sangre que hace que siga con vida. En lo alto puedo divisar un trono y en él a la princesa.
- Felicidades, Týr. Has sido capaz de pasar todos los obstáculos sin morir, dicha que otros han querido correr pero por falta de valor e inexperiencia no han podido. E aquí la gran cuestión, caballero. Yo soy el premio, como ya sabrá y cualquiera capaz de llegar hasta aquí merece ser el rey de mi corazón.
Antes de poder contestar una fina brisa me elevó hasta dejarme casi a la altura de la princesa y examinando su belleza, sólo pude decir:
-¿Me permitiría saber su nombre?
Extendiéndome la mano y ofreciéndosela para quedarnos a la misma altura me responde:
-Sky.
Acto seguido nuestras miradas se buscan, nuestros cuerpos se juntan y su frío se une a mi calor, formando uno y sus labios se compenetran con los míos en un beso tan intenso y profundo que el mundo deja de existir. Al abrir los ojos puedo ver que toda la estancia se tiñe de un color marrón cálido, dando paso a un palacio realmente majestuoso y a una princesa que jamás creí poder tener.





martes, 26 de enero de 2016

Palacio de cristal 3: Escarcha


Por fin hay actividad humana dentro de mi hermoso castillo. Los cuatro guerreros que han sido capaces de derribar los obstáculos exteriores están en la entrada, admirando desde su simpleza una belleza que jamás entenderán. He dado la señal de alerta y todos están en sus posiciones, sólo yo voy a disfrutar de este juego.
Mi castillo es tan grande como si de una isla se tratase, quizá nunca lleguen a encontrarme o quizá se pierdan entre sus paredes transparentes que guardan secretos tan antiguos como la vida misma. Esta hermosa estructura se compone de tres plantas, en los cuales a cada paso que se da puede ser una amenaza, ya que nadie sabe lo que se esconde detrás de cada puerta. Debido a la complicidad de su construcción ir ascendiendo hasta la cumbre del castillo no es tarea fácil. Todas las opciones de ascender están ocultas a ojos humanos, a ojos que no sean ávidos de información y que se pierden en esta belleza glaciar, viendo sólo en ella un simple palacio que ha sucumbido al frío, siendo su principal atracción. Sólo los más valientes llegarán a mí o veré cómo caen, al igual que el resto. . Ningún guerrero ha sido capaz de llegar más allá de la primera planta y estos caballeros no serán menos.

Admirando aquella mansión helada ninguno sabía qué decir. La puerta por la que habían entrado era tan pesada que era imposible creer que fuera de cristal. Todo el interior de la estancia era tan fría y transparente que parecía que flotaban, todo parecía muy delicado. Lo que más les sorprendía no era la estructura de aquel edificio si no todos los guerreros que permanecían inmóviles y sin ningún calor en sus cuerpos inertes. Al alzar la vista pudieron ver que en el centro del gran recibidor unas escaleras subían a una primera planta, cerciorándose que era la única manera de acceder a las demás estancias.
El primer guerrero se adelantó para subir por las escaleras sin decir palabra, a lo que los demás admiraban aún la belleza inquietante de aquel lugar. Al poner su pie en el escalón sintió que se balanceaba, algo le detenía y sin dar importancia tiró tan fuerte que el escalón se rompió, dejando a su paso retazos de hielo que al tocar el suelo se diluyeron en pequeños trocitos, sonando tan fuerte como si se hubiera caído una gran muralla. El guerrero siguió avanzando y a medida que lo hacía podía ver que la planta superior era mucho más fría que la anterior. Sin darse cuenta empezó a perder la movilidad de sus piernas poco a poco, mas ingenuo creyó que no pasaba nada, hasta que no pudo seguir avanzando. Antes de poder articular palabra alguna sintió que caía. Todo a sus pies se abría hacia un mar insondable de oscuridad que no tenía final.
Los tres soldados se quedaron boquiabiertos y dudando de quién daría el siguiente paso. El segundo soldado, divisó a uno de los lados una pared que parecía diferente a las demás. Al acercarse tentó dicha pared y se dio cuenta de que no era de hielo, era un simple espejo, puesto ahí por alguna extraña razón. Alejándose un poco arremetió en su contra y derrumbando la mitad del espejo dio paso a una escalera que subía directamente al primer piso.
Subieron los tres ávidos por dicha escalera y se encontraron con un amplio pasillo. En él sólo destacaba un gran abanico de puertas con diferentes tonalidades. No habían escaleras, no habían elevadores, nada que les pudiera hacer ascender, así que decidieron separarse y coger cada uno su camino para poder llegar al final.
El segundo guerrero entró en la puerta de su izquierda, coronada de un color marfil. Al entrar la puerta calló pesada a sus espaldas y pudo comprobar que en aquella habitación no había absolutamente nada, sólo una ventana situada en el techo y unos salientes bastantes repartidos y pequeños. Supo inmediatamente que ésa sería su forma de avanzar a la segunda planta. Sin dilaciones buscó los salientes más cercanos a la ventana para poder avanzar hasta ella lo más rápido posible, mas al poner su pie en uno de los recovecos salió de él una gran cantidad de gas que le dejó sin respiración unos segundos. Al recomponerse prosiguió su camino, pero a medida que lo hacía seguía saliendo mucho más gas y al guerrero le costaba mucho más trabajo continuar. De repente se sentía muy cansado, como si una pesadumbrez le sobrecogiera y casi al tocar ya con sus anchos dedos el filo de la ventana sucumbió a un sueño del que jamás volvería a despertarse.
         El tercer guerrero avanzó por el estrecho pasillo hasta encontrar una puerta totalmente roja. La habitación era bastante estrecha y estaba impregnada de un olor que no sabía describir con total precisión. No se había movido desde que se cerró la puerta, observando ávido cada rincón y alcanzó a divisar, en el fondo, unos pequeños montoncitos que se movían lentamente. Al dar el primer paso las paredes empezaron a encoger y aquellos cuerpos empezaron a moverse cada vez más rápido, como buscando una salida. El guerrero, sin saber qué hacer y con el corazón en un puño intentó buscar algún recoveco donde guarecerse pero era prácticamente imposible. Desesperado pudo ver que corrían hacia él unas serpientes blancas y gruesas y que las paredes estaban cada vez más cerca. No tenía escapatoria y gritando como un pobre e infeliz loco sintió como su cuerpo empezaba a aplastarse entre las paredes y las serpientes mordisqueaban su cuerpo hasta teñir la estancia de rojo.
         El cuarto guerrero caminó tranquilamente por el pasillo hasta llegar a una puerta bastante pobre. Llevado por un instinto entró y pudo divisar que en aquel cuarto no había suelo. Estaba encima de una estrecha plataforma que se unía a un camino bastante pobre e inseguro de 20 centímetros de ancho, terminando en otra plataforma y en otra puerta totalmente cerrada. En mitad del camino colgaba una llave tan brillante que parecía estar echa con el mejor diamante del mundo. El guerrero, decidido, empezó a caminar por el pequeño sendero que le llevaría hasta la puerta, lento pero implacable. En un auto reflejo miró hacia el vacío que había a sus pies y no vio nada, sólo un color tan negro y profundo que le llamaba como si de la mismísima muerte se tratara. Avanzó hasta alcanzar la llave y jalando de su fino hilo para quedársela se dio cuenta de que el sendero a sus espaldas empezaba a caer hacia aquella inmensidad. Viendo la suerte que le esperaba corrió hasta que dejó de sentir el camino en sus pies  y dando un salto tan grande como jamás pensaría poder darlo se agarró a la plataforma. Colgando como estaba respiró pesadamente hasta que sacó fuerzas de flaqueza y se incorporó en la plataforma. Aún con dificultad abrió la segunda puerta que le llevaría a la segunda planta.
         Allí pudo divisar que toda la estancia era un gran círculo en pleno movimiento. El mecanismo que lo formaba iba recorriendo desde las paredes hasta el centro y acababa en un gran agujero del que desprendían llamaradas como si el infierno aguardara allí debajo. No había forma de avanzar por ningún lugar sin tener que pisar aquellas cintas que te llevaban al paraíso del mismísimo Hades. Escudriñó la estancia varias veces y en la otra punta, más allá del fuego, divisó un pequeño pasillo que se adentraba sin dejar ver qué había al otro lado. La única manera de llegar hasta él, era dejar que las cintas te transportaran hasta el fuego y una vez allí saltarlo para seguir por la cinta que llevaba hasta ese pasillo.
         Ajustando bien su armadura y seguro de sí mismo el guerrero puso un pie en la cinta de color amarillo. Tratando de conservar el equilibrio vio que las cintas iban más deprisa a medida que se acercaban al fuego. A unos metros de distancia del suelo empezaron a salir cuchillas tan afiladas que hasta el aire las temía, tan largas que doblaban al guerrero en altura. El guerrero, sorprendido, esquivó como pudo una de ellas saltando hasta la cinta de al lado que iba mucho más deprisa que la anterior y en un abrir y cerrar de ojos estaba delante del fuego. Antes de caer pudo saltar pero no lo suficiente como para llegar a la cinta que daba hacia el pasillo, así que se vio de nuevo recorriendo el círculo.
         Con todos los sentidos alerta esquivó todas las cuchillas que iban a por su cuerpo y cogiendo carrerilla traspasó el fuego, aunque lamentablemente su armadura estaba en llamas. Se deshizo de ella como pudo, dejando a su cuerpo totalmente indefenso pero para su sorpresa, había conseguido llegar hasta el pasadizo.
         A medida que avanzaba el pasillo empezó a iluminarse con unos toques blancos y la cinta se paró en seco. Al dar unos pasos le inundó tanta luz que tuvo que pestañear varias veces para poder ver con claridad dónde estaba. La sala era totalmente diferente a las demás. Las paredes parecían copos de nieve que se habían ido depositando y formando un gran bloque, el suelo era tan suave que parecía que estaba pisando dientes de león y podía observar que a cada paso que daba su huella permanecía unos segundos antes de que desapareciera. Todo irradiaba paz y tranquilidad.

         Caminó tranquilo hasta que a lo lejos, divisó una figura, tan pequeña pero a la vez tan imponente que hizo que su cuerpo se estremeciera con un escalofrío. Algo le decía que aquel ser era la princesa de hielo de la que tanto hablaban.





lunes, 11 de enero de 2016

Solicitud para amar


No sé si lo que tengo que decir
te puede llegar a gustar
pero es lo que mi corazón siente
y no lo puedo callar más.
He recorrido lentamente
cada curva de tu corazón,
me he parado en cada recoveco
de tu habitación
y no he encontrado nada
que pueda hacerme entender
el por qué de mi reacción.
Te quiero más que a la vida misma
y no lo logro entender,
¿qué le has echo a mi desgraciado ser?
No encuentro calma si no en tu sonrisa,
no encuentro alegría si no en tu alegre sinfonía,
así que, sólo te pido, por favor
que recogas este simple pero humilde
solicitud de amor.
En ella expreso cada uno de mis sentimientos,
desde mis miedos hasta los más sinceros
y espero que en medio de este caos
tú puedas comprender
el por qué ya no me adapto sin tenerte,
otra vez.







Palacio de cristal 2: Fuego helado.



En lo alto de mi castillo, totalmente helado y maravilloso me encuentro protegiendo la más bella y delicada de mis creaciones. Muchos guerreros que han conseguido traspasar los obstáculos se encuentran en el castillo, helados, con la mirada perdida y sus sueños marchitos. Sus pobres e ingenuos corazones no han podido aguantar este frío glaciar que hela hasta al más valiente. Las fuerzas de cada uno y su ímpetu de seguir adelante les llevaron a sobrepasar con creces todas las dificultades pero nada se compara al entrar aquí. La peor de las pruebas es este castillo.
Me paseo sin mirar a un punto fijo hasta que llego a esos cuerpos inertes y vacíos, esos cuerpos que me hacen recordar que más allá de este hielo hay vida y que esos seres sienten. ¿Estaré siendo demasiado dura al recluir mi alma y corazón a este palacio de cristal? Acariciando la mejilla de un guerrero bastante apuesto me contesto con total seguridad que no. Nadie jamás volverá a destruirme.
Sin contar con los grandes obstáculos exteriores aún aguarda dentro del castillo mi gran ejército de soldados, diseñados uno a uno por mí. Están creados para matar. Cualquier ser que llegue a la antesala de mi estancia tendrá que pasar por ellos, ya sea peleando o dialogando.
Pensando en todo esto vuelvo a la cumbre de mi castillo, tocando cada fino retazo de hielo que lo compone, tan frágil exteriormente pero invencible por dentro como el fuego. Qué gran sorpresa al ver a cuatro guerreros en el principio del camino que lleva a mi castillo, justo delante de los obstáculos, dispuestos a entrar a mi maravilloso y frío infierno.
El primer guerrero era alto, corpulento y con una armadura mellada, dejando ver las grandiosas batallas libradas en su haber. Le destacaba su severidad, fuerza y valentía, pero no era fácil llegar a sus sentimientos más profundos.
 El segundo guerrero iba bastante protegido y emanaba de él una gran pasión pero también una gran inseguridad que podría ser su perdición. Su apariencia limpia y sin cicatrices demuestra que es nuevo en las batallas.
El tercer guerrer es muy alto y lleva por única arma un gran escudo con una armadura muy pobre. Se le nota una entereza digna de admirar, nada le puede y lucha por todo lo que quiere conseguir pero a veces es bueno pararse a pensar.
El último guerrero es apuesto, con una armadura que deja ver partes de su musculado cuerpo y lleva una guadaña bastante pesada por arma. Se le nota una persona fuerte y decidida, pero hay algo oscuro en él.
Los cuatros guerreros hablaron hasta que cada uno cogió un camino diferente.
El primer guerrero quiso traspasar la muralla pero pesaba demasiado con la armadura puesta y tardaría el doble, así que decidió quitársela, dejando atrás lo único que le protegía.
El segundo guerrero se proponía a traspasar el camino de vayas electrificadas pero su armadura y su inseguirdad no llegarían muy lejos juntas, así que decidió hacer caso a su corazón y cerrando los ojos corrió rápidamente hasta traspasar las vayas. Su armadura terminó destrozada pero él tenía muy pocas secuelas.
 El tercer guerrero se dispuso a pasar por el gran lago de arenas movedizas. Usando su escudo y gran destreza, rápido y veloz cruzó las aguas aunque al final tuviera que perder su única vía protectora.
El cuarto guerrero aceptó el último camino y fue por el pantano, encontrando en él al gran golem de piedra. Viéndose en inferioridad física a pesar de su gran arma, decidió usar la lógica y engañó al golem como a un niño con un caramelo. Le convenció de aceptar su arma a cambio de pasar y antes de que el golem se diera cuenta ya el guerrero estaba camino del castillo.
Asombrada y sin palabras me habían dejado, ya que se hallaban los cuatro ante la puerta de mi castillo. Decidieron unir fuerzas para pasar el mal trago y aquí están, dispuestos a entrar. Acomodándome en mi trono y dando un golpe seco con mi cetro, doy la mejor orden de todas: “Es hora de jugar”.