Un pequeño pero recurrente dolor de cabeza me atormenta al despertar, para luego convertirse en martillazos que preten-
den deshacerse de mí. No sé dónde me encuentro, todo es extraño, lúgubre, oscuro y frío. No llevo más que un pantalón,
puesto que han poseído todas mis prendas bajo mi inconsciencia. ¿Qué hago aquí? ¿Quién me ha traído? ¿Qué ha pasado, que
no recuerdo nada? En mis brazos encuentro marcas de forcejeo, señales de que luché antes de quedar inconsciente, pero aún
al despejar mi mente a pesar del dolor y recordar, no logro que las imágenes vengan a mi mente.
Me llamo Peter y sigo aquí atrapado. Tengo 20 años y no sé donde me encuentro. Mi familia es pobre pero humilde, no tenemos
muchas posesiones pero sí algo que vale más que el oro: el buen corazón. Mi pueblo es pequeño y todos nos conocemos, nos
saludamos y hablamos como si fueramos familia y compartiéramos la misma mesa noche tras noche. Mis hermanos son menores
que yo, uno tiene 7 y otro 15. Mi madre es una humilde ama de casa y mi padre trabaja en el campo, ganándose la vida como
puede para mantener a su familia. Nos han dado los mejores estudios para que el día de mañana seamos alguien importante y
luchemos por los sueños anhelados que tenemos en mente o incluso que soñamos. Yo quisiera ser juez, dictar las leyes e im-
poner orden a quien realmente lo merece, castigar, por decirlo de alguna manera a aquellos que se atreven a incumplir o
faltar el respeto a los demás. Odio a ese tipo de personas y creo que por una de ellas estoy aquí.
Hace tres días, un amigo de mi padre, en la cantina del pueblo, le contaba cómo maltrataba a su hija por no hacer bien las
tareas del hogar. Yo le respondí que era un cobarde, pues la niña sólo tenía 6 años y toda la vida por delante para apren-
der no lo que él quisiera, si no lo que ella viera adecuado para su futuro. De acuerdo estuvimos en que él es su padre y
tiene que acatar sus órdenes, pero igualmente, él tiene que respetar las de ella, sin violencia, puesto que eso no es una
buena educación y eso no se lo tomó a bien, que digamos.
La disputa terminó en manos. No sé cómo me vi implicado en una pelea sólo por expresar mi opinión, que era correcta. Al
darme cuenta ya estaba en el suelo sangrando por la nariz y mientras unos hombres altos y fuertes agarraban a mi adver-
sario, me gritaba: "No vuelvas a meterte donde no te llaman, ¿de acuerdo, niñato?".
De camino a casa mi padre me contó que yo había hablado bien de dicho tema y no había faltado el respeto a nadie, puesto
que me daba toda la razón y de haber sabido que ese hombre reaccionaría de tal forma, hubiera ceerrado mi piquito de oro,
así me hubiera ahorrado el golpe.
Al cabo de tres días, en el pueblo corre la noticia de que la hija de mi agresor muere, por su culpa, claro está. Su padre
dijo que calló por las escaleras y se mató, pero su madre y las heridas de la misma y las de su hija no decían lo mismo,
sino todo lo contrario. No quise quedarme callado y le denuncié a la policía por abuso de menor, asesinato de la misma
y maltrato hacia la mujer. Los polícías tomaron nota y me fui tranquilo a casa.
Por la mañana del día siguiente, después de que pasara el velatorio y el entierro, la madre de la niña muerta vino a mi
morada en mi busca y sus palabras fueron las siguientes: "Tienes que irte de este pueblo, a otro mcho más lejano, puesto
que mi marido se ha enterado de la denuncia que le has puesto y te anda buscando para matarte y deshacerse de ti. ¡Huye
niño, huye!". Sus palabras, llantos y expresiones me dieron tanto miedo que expliqué dicho relato a mi familia y con un
nudo en garganta y pecho salí de la ciudad a lomos del caballo más ágil que pude encontrar.
Llevaba cuatro días fuera solamente parando las noches para descansar en un sitio alejado, oscuro y seguro donde nadie me
viera. De repente, cuando estaba en mi dulce sueño sentí una sacudida a mis espaldas que me elevaba hacia el aire. A partir
de ahí no recuerdo más, sólo haberme despertado en este lugar sucio, oscuro y feo.
Tengo la sensación de que ha sido ese hombre el que me ha traído aquí sin ningún sustento para dejarme morir de la manera
más cruel que se le ha pasado por la cabeza en su momento de ira, o a lo mejor se le ocurre otra peor, me saca de aquí y
me tortura, ¿quién sabe?
Mi destino va a ser morir. Digo adiós a todos mis sueños, a mis hermanos, a mis padres, a mis amigos, a mi cuerpo. Siento
que me elevo hacia el aire, pero sólo es la sensación de que mi alma deja mi cuerpo para descansar en paz, pero a pesar
de todo muero tranquilo por que he logrado hacer el bien sin importarme el precio que he tenido que pagar.

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