21 de agosto de 1.789, cárcel de Texas, celda número 452, 22:00 h.
Mi nombre es Regal y estoy en la cárcel por algo que no he echo y mucho menos tuve la culpa. Si me dejáis os contaré y luego, podréis juzgar vosotros mismos. No omitiré ningún detalle y ante todo diré la verdad, si de algo tuve culpa lo diré.
Hace 23 años yo era piloto, estaba casado con Gena y tenía una hija llamada Amanda, por aquel entonces Amanda tenía 2 meses de vida. Todo era perfecto, mi vida iba viento en popa, como se suele decir. Tenía una casa en Texas, mi sueldo era bueno, podía mantener a mi familia sin problemas, podíamos darnos lujos de vez en cuando, nunca faltaba el pan en la mesa, tenía una mujer perfecta y una hija adorable.
Gena era peluquera. Su peluquería estaba cerca de casa, justamente al lado del supermercado, en un centro comercial pequeño. Yo pasaba muy poco tiempo en casa, pero el justo y necesario para disfrutar de mi mujer y ver crecer a mi hija.
A Gena no le agradaba mucho Texas por el hecho de que estaba alejado de todo, pero a mí me parecía un sitio tranquilo y apacible para llevar una vida llevadera, ¿a quién no? A quien le guste relajarse, un sitio sin ruido, sin los típicos borrachos armándola de noche, sin rameras en cada esquina y poder salir tranquilo a la calle, Texas era el sitio perfecto. La gente era muy acogedora y amable. El único inconveniente era la ley. Ya sabréis por qué lo digo. No sé si todo eso habrá cambiado.
Un día me desperté por el rico olor del desayuno ya servido en la mesa. Le di a Gena un beso de buenos días y después a mi linda niña que dormitaba aún. Al parecer el día iba bien, o eso creía yo por aquel entonces, pero fue solamente el principio de mi desgracia.
Amanda estaba en una guardería puesto que Gena trabajaba y yo también. Me dirigí hasta el coche con la intención de irme a trabajar y como siempre, como todos los días, Gena y Amanda salían a despedirme. Conduciendo tranquilamente y escuchando la radio, llegué en veinte minutos al aeropuerto y vi mi avión, era una preciosidad. Desde pequeño soñaba con ser piloto y cada vez que me subía en uno, cada vez que tenía que pilotar, al sentarme y tocar el control es como si fuera la primera vez. Me siento muy bien pilotando un avión, todos mis problemas desaparecen por un rato y me siento libre. A parte me da la oportunidad de conocer muy por encima otros lugares.
Me dirigí hacia mis compañeros para saludar y me di cuenta que todavía quedaban quince minutos para que saliera mi avión, así que decidí leer el periódico. Al parecer las muertes, robos y peleas nunca cesan en todo el mundo. Dios sabe cuando acabará todo esto. Por esta razón también me vine a Texas, no hay alborotos y las muertes suelen ser naturales o por alguna enfermedad.
Era hora de hacer volar a mi avión. Me dirigía hacia Grecia. Algo único, ¿verdad? Cualquiera querría ir a Grecia. Esperé a que todos estuvieran sentados y ya listos para arrancar. Había comprobado todo, todo estaba perfectamente en el avión, el motor, los asientos, las alas... todo. La azafata anunció que íbamos a despegar y que se abrocharan los cinturones. Una vez más, recordé y me sentí como si fuera la primera vez que pilotaba, era magnífico. Sobrevolé el cielo con una maniobra casi perfecta y pude ver el cielo en toda su plenitud, las nubes, la pequeña ciudad más abajo, cómo nos alejábamos y el lento y relajante bamboleo del avión. Cuando llevábamos una hora de travesía, sentí que algo pasaba en el avión, pues no hacía caso de mis instrucciones, cosa rara, ya que siempre lo hacía. Entre el copiloto y yo intentamos buscar solución pero no. Íbamos a caer en picado. La azafata comunicó alterada a los pasajeros que no se levantaran en ningún momento y conservaran la calma. En ese momento más de cincuenta personas dependían de mí, sus vidas dependían de mí. No podía fallar ahora, tenía que salir bien de esta, por mí, por mi hija, por mi mujer y por todas las vidas que habían en juego. No hubo remedio, en un abrir y cerrar de ojos nos estrellamos contra el suelo provocando un colapso increíble.
No sé cuánto tiempo estube inconsciente pero desperté en el hospital. Gena y su madre estaban allí.
-¡Oh, Dios mío! ¿Estás bien Regal?
Tenía una brecha en la cabeza y las piernas inyesadas, por suerte me había hecho poco.
-¿La gente que iba conmigo en el avión está bien?- fue lo único que pude decir. Estaba muy preocupado por aquellas personas.
-Regal, por desgracia, sobrevivieron apenas veinte personas.
Se me vino el mundo encima, vaya desastre. Y todo lo había provocado yo. Esta vez te has superado Regal, me dije.
-¿Se puede saber qué pasó en el avión?
-Algo tuvo que fallar en medio del viaje que me hizo estrellar. No pude controlarlo.
-Bueno, tranquilo, hay un policía fuera que quiere hablar contigo. Entraremos en cuanto termine.
Gena me dio un beso en la frente y salió con mi suegra. Al minuto entró un hombre de mediana edad, medio calvo con pelo gris y vestido de agente.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes, agente.
-¿Qué tal se encuentra?- me preguntó-. ¿Tiene las suficientes fuerzas para contarme lo ocurrido o prefiere que vuelva en un rato para que pueda descansar?
-Oh, no. Me encuentro perfectamente- le contesté-. Verá, como todas las mañanas antes de salir revisé el avión y todo estaba en perfecto estado, pero a la hora y algo de estar volando no pude controlar el control, parecía como si se hubiera vuelto loco o tuviera vida propia. Al no poder controlarlo, chocamos bruscamente- le expliqué.
-Señor Regal, hemos mirado el avión y los frenos no estaban correctamente.
-Tuvo que ser cuando chocamos, por que yo mismo los revisé y estaban bien.
-Se equivoca. Ya estaban mal antes de salir.
El agente me dejó estupefacto. Yo los vi correctamente.
-En cuanto salga del hospital tendrá que ir a juicio. Ha sido culpado del choque del avión y de todas muertes que en él hubo.
Sentí que me tiraban a un pozo, chocaba con el fondo y me quedaba en la negrura, sin poder salir.
Al entrar Gena, le conté lo que el agente de policía me había dicho y se quedó estupefacta.
-Tú no tuviste la culpa.
-Ya lo sé, eso es lo que más rabia me da.
Me costó dormir esa noche, pero concilié el sueño durante algunas horas.
Al cabo de tres días me quitaron las escayolas de las piernas e intenté ponerme de pie, y cuál fue mi asombro al ver que no podía, que de cintura para abajo no sentía nada, no sentía las piernas.
El médico le dijo a Gena que si podían hablar en privado. Cuando volvieron a entrar encontré la cara de Gena pálida y sus ojos llenos de lágrimas, algo no iba bien.
-Regal- comenzó a decir el médico-, tengo que contarte algo y espero que no te alteres. Te hemos hecho pruebas a lo largo de estos días y ahora viendo que no te puedes levantar, es la prueba definitiva de que...de que...-no fue capaz de terminar.
-¿De qué doctor? Dígamelo ya por favor.
-De que te has quedado parapléjico.
No sabía cómo responder a aquellas palabras. Todo lo que tenía pensado y todos mis sueños se acababan de tirar por la borda. Enseñar a mi hija a nadar, a correr, a caminar... el poder pilotar... ahora todo era más complicado. Sería una carga para mi mujer y para mi hija y sobre todo, sería una carga para mí mismo. Para serte sincero, durante dos noches y dos días no fui el Regal de siempre. Al darme el alta después de una semana, llegar a casa y ver a mi hija con esa sonrisa, con esa carita, mi problema de las piernas ya no me importaba. Esa misma noche, después de cenar con Gena, Amanda y mis suegros le dije a Gena:
-¿Sabes? Ya no me importa mi discapacidad, voy a luchar por ti y por la niña, te lo prometo, aunque sea lo último que haga en esta vida.
A la mañana siguiente me llegó una citación del juzgado para el juicio y volví a recordar cómo fue el accidente.
En la sala del juzgado estaban mis suegros, mis padres y Gena. La niña estaba en la guardería puesto que era por la mañana y de todas maneras, por muy pequeña que fuera, por muy poco que entendiera no quería que estubiera en ese ambiente.
El juicio duró hora y media, tuvimos un descanso de quince minutos en el cual el jurado y la jueza, fueron a deliberar si era culpable o no, aunque realmente yo sabía que no lo era.
-De pie por favor- dijo la jueza entrando de nuevo en la sala-. El jurado y yo, hemos tomado una decisión. Y declaramos que el señor Regal Pérez Hernández, es... culpable. La pena es de catorce años de cárcel más la indegnización a las familias afectadas por el accidente.
Me quedé estupefacto. Dos policías se acercaron, me cogieron por la silla de ruedas y me llevaron en un coche a mi nuevo hogar, la cárcel.
Dejé a Gena y a mi hija solas, me sentí decepcionado, sentí que ya no era hombre, que no merecía vivir.
Gena y Amanda me visitaban todos los domingos. Aunque durante un tiempo dejaron de hacerlo.
Al pasar catorce años pude salir de la cárcel y me dirigí a la casa donde vivía con Gena. Yo ahora tenía 37 años y mi hija 14.
Me abrió la puerta una niña bastante guapa, se parecía a Gena, tenía su misma cara pero tenía algo que me recordaba a mí, un parecido especial. Al hablar y preguntar quien era, me dejó pasmado con esa dulce voz de inocencia pero a la vez segura.
-¿Ya no me recuerdas? Creo que no ha pasado tanto tiempo, Amanda.
-¿Cómo sabes mi nombre?- me miró extrañada.
-Estás guapísima, hija.
En ese momento se quedó tiesa sin moverse y sus ojos se llenaron de lágrimas. Me dio un abrazo y cogida de mi mano me hizo pasar. Gena estaba en el sofá viendo la tele y cuando me vio una alegría le llenó el corazón.
Todo volvía a la normalidad. Tenía a mi esposa, disfrutaba de mi hija y seguía con mi problema en las piernas que tras catorce años, había superado y acostumbrado a vivir con ello.
Un día, cuando la niña dormía y Gena y yo estábamos en la habitación me confesó algo.
-Regal, tú sabes que siempre te he respetado y te he amado mucho.
-Ya lo sé Gena, pero...¿a qué viene esto?.
-Antes que marido y mujer somos amigos, y quiero decirte que...verás esto es muy difícil para mí...
-Venga, suéltalo ya, no debe ser tan difícil mujer.
-He dejado de amarte Regal. En el tiempo que has estado en la cárcel, otro hombre me ha complacido y me ha dado todo el amor que necesitaba y que tú no podías darme. La niña lo conoce pero nunca le he dicho que por que esté con él tú vas a dejar de ser su padre, al contrario, nunca le he negado el verte o recibirte.
No supe articular palabra alguna. En parte era mi culpa, por no darle todo lo que se merecía, pero estaba en la cárcel, ¿qué esperaba? Ella también tenía la culpa, aún estaba casada, tenía que esperarme, ¿no?
-Me gustaría que firmaras los papeles del divorcio y con respecto a la custodia de Amanda, que lo decidan los jueces.
-Si no me amas, no puedo atarte a mi lado pero sabes perfectamente que si vamos a juicio por la custodia de Amanda, te la darán a ti por que yo acabo de salir de la cárcel, estoy parapléjico, sin casa y encima sin trabajo. Gena, no puedes hacerme eso. A parte de ti, que ya no te tengo Amanda es la luz de mi vida, la alegría de mi ser, no hagas que me la quiten, te lo imploro- y por una vez en muchos años, lloré-. Tú más que nadie sabes que no he podido disfrutar de mi hija por estar en la cárcel y si te la llevas, solo podré verla los fines de semana y un mes en vacaciones, suele ser así. Eso yo no puedo aguantarlo, es mucho tiempo sin ella.
-Lo siento Regal.
No tardé más de cuatro días en marcharme de aquella casa, de mi casa, para irme a casa de mis padres. Le dejé la casa a Gena con una única condición. Con la condición de que Amanda viviera allí y de que fuera para ella el día de mañana, en el caso de que le dieran su custodia pero si no era así, se marcharía para que mi hija y yo viviéramos allí. Gena aceptó.
Me presenté en el juicio y hubiera sido mejor que no lo hubiera hecho por que a parte de quedarme sin esposa, ver al tío con el que me ponía los cuernos, también y por si fuera poco me quedé sin hija.
Al terminar el juicio, me despedí de mi hija con un fuerte abrazo y le dije que nos veríamos el fin de semana. Ella muy contenta no estaba, se lo notó en esos ojos castaños tan preciosos, pero... ¿qué podía hacer yo? La ley era así.
Ahora vivo en casa de mis padres, trabajo desde casa con el ordenador y veo a mi hija los fines de semana, en Navidades y la tengo para mí solito un mes en vacaciones. La verdad es que se está muy bien.
Un sábado por la mañana, mi madre me mandó el recado de que fuera al mercado a comprar verdura y así fui. Pasé delante de la pescadería y de la frutería, pero encontré las cosas muy caras así que decidí coger el coche e ir al centro comercial donde todo era más barato y con más calidad. Terminé de comprar la verdura y entré en una tienda de ropa para adolescentes. Hacía mucho que no le compraba nada a mi hija, exactamente hace catorce años y unos meses buenos. Vi un pantalón vaquero con una camiseta muy mona que parecía un top. Decidí comprárselo. Justamente cuando estaba pagando el regalo para Amanda, en la tienda entró un tipo muy raro con una pistola y empezó a disparar a diestro y siniestro. Sólo quedamos vivos el dependiente y yo.
Durante la hora siguiente tranquilicé al dependiente en lo que llegaba la policía para resolver el asunto. Por el acento del dependiente noté que no era texano, si no mexicano.
La policía apareció con unos cuantos forenses para examinar las pruebas. Nos preguntaron qué había pasado y no nos creyeron. Esto es lo malo de Texas, la ley. Creen que siempe encontrarán al culpable en la escena del crimen, tenga la culpa o no.
Un policía nos dijo:
-Venga, desenbuchad. Alguno de los dos ha sido.
El mexicano me miró con cara de pocos amigos y dijo:
-Ha sido este señor. Quería comprar estas prendas de ropa y no estaba de acuerdo con el precio. Le dije que no podía rebajarlo, que si lo hacía con él lo tendría que hacer con todas las personas. Entonces sacó un arma y empezó a disparar a todas las personas de la tienda. En un despiste de este desgraciado pude avisarles.
El policía me miraba con desprecio, con asco y me encontraba de nuevo, envuelto en un marrón.
Me llevaron a comisaría y allí me tuvieron cuarenta y ocho horas hasta el juicio.
Mis padres estaban en primera fila con mi hija. Amanda me miraba con desprecio, como si realmente fuera un asesino. Su mirada me dolió en el alma. Me abrió un agujero en el corazón.
Como la última vez el juicio duró una hora y media. Al escchar el veredicto, me quedé de piedra:
-El acusado es culpable.
Me dieron veinte años de cárcel.
Hasta el día de hoy no sé nada de mis padres ni de mi hija. Ya he cumplido trece años de condena pero no puedo seguir con esto. No me queda nadie en esta vida y voy a hacer lo que tenía pensado en un principio: irme para no volver.
Escribo esta carta con el propósio de que llegue a muchas gentes para que vean el error que se ha cometido conmigo y sobre todo a manos de mi hija, para que sepa que se equivocaba con su acusación y también para decirle que la quiero muchísimo y que no la culpo, la entiendo perfectamente, por ello no le guardo rencor. Me hubiera gustado que vinieras alguna vez, pero no pudo ser. Te llevaré siempre en mi corazón Amanda. Te quiero.
Al despuntar el alba, se escuchaba desde la celda 452 de la cárcel de Texas, un chillido de dolor. Esa mañana, con el alba, se iba la vida de Regal Hernández Pérez, ex piloto, buen hombre, buen padre y ante todo, un ejemplo de superación.