lunes, 10 de octubre de 2011

Transformación bipolar.

Abrí los ojos y una luz me cegó. Cerré los ojos rápidamente e intenté abrirlos como pude. Me encontré con palmerales altos como torres, que parecían tocar el cielo y un poco más arriba, el cielo azul en todo su esplendor. Me acomodé sobre la hierba y pude ver que todo eran plantas, matorrales, árboles y un pequeño lago que se disipaba un poco más allá. Estaba solo. No tenía a nadie. No sabía cómo había llegado hasta aquí y mucho menos, cómo salir.
Me levanté y di una vuelta para contemplar el bosque, ver si había alguien vivo y que me dijera cómo salir, o al menos, encontrar la salida por mi cuenta. Estuve mucho tiempo andando o eso me pareció a mí.
En esos momentos debería estar hambriento o sediento, pero no. Nada de eso hizo mella en mí. El cansancio se fue apoderando de mí poco a poco y no había encontrado a nadie, aún de haber avanzado mucho.
Sería por el mediodía cuando me recosté sobre la hierba, debajo de un roble bastante grande y hermoso. Al despertar era casi de noche y detrás de unos matorrales se movía algo. Me quedé de piedra, sin articular movimiento, se me congeló el cuerpo, la sangre dejó de regular y el corazón se paró, todo en un instante. De los árboles empezaron a salir monos, volaron murciélagos, madriles salían despavoridos, serpientes se arrastraban con énfasis... habían demasiados animales para contarlos a todos en menos de un segundo. Ese fue el tiempo en el desaparecieron, para dar paso al matorral, a las criaturas que habían detrás y a mí. Seguí mirando el matorral con el corazón en el pecho. Un águila cruzó el cielo mientas pegaba un grito ahogado. Finalmente, pude ver cómo del matorral salía una especie de perro. A la sombra no se distinguía bien. Al acercarse, vi que era un zorro. Tenía intención de atacarme y yo no sabía cómo reaccionar, no sabía qué hacer, excepto correr. En un intento de levantarme, vi que tres figuras de mayor tamaño que el zorro, se acercaban hasta el lugar. Vi como una de ellas se tiraba encima del zorro y luchaba, mientras las otras dos, esperaban el momento de atacar. No pude moverme, seguí de piedra. Vi como los tres lobos, devorában al zorro. Cómo le arrancaban la piel, como su sangre corría por sus colmillos, cómo le quitaban la carne de un mordisco y sobre todo, cómo disfrutaban con ello. Un instinto me dijo que no lo hacían por hambre, si no por defender a alguien.
Se acercaron cautelosamente con ojos amarillos abietos de par en par y sus pupilas dilatadas. Me pensaba que me iban a matar al igual que al zorro, pero no. Los tres vinieron a la vez y me rodearon y con sigilo empezaron a olisquearme. Uno de ellos, bueno, más bien ella, se acostó y otro me empujó para que mamara de ella. En realidad estaba hambriento. Enseguida me di cuenta de que me estaban protegiendo, y que no querían en absoluto hacerme daño. Por alguna razón que desconozco les caí bien.
Me acosté a su lado y como si fuera un hijo suyo, alguien más de la manada, bebí hasta quedar saciado. Luego me dieron una vuelta por el bosque hasta llegar al lago. Uno de ellos, el de pelo más oscuro me miró y por primera vez entendí a un animal. Es como si me dejara:” Vendremos a por ti, te vendremos a buscar, tranquilo”.
Era media noche y me encontraba sentado a la orilla del lago viendo el reflejo perfecto de la luna llena. No sé por qué pero sentí deseo de tocarla. Lentamente mi mano se fue acercando hasta el reflejo hasta que la tocó. De repente el reflejo desapareció. Miré al cielo, la luna brillaba con más intensidad. Parecía de caramelo.
Entonces sentí un cambio extraño en mi cuerpo. Mi piel se volvió pálida completamente, de mi espalda salieroon ramificaciones convertidas en alas negras que llegaban hasta el suelo, de mi boca salieron dos largos y afilados colmillos, de mi frente dos cuerpos de gran tamaño, de mis manos afiladas garras capaz de rebanar un copo de hierro, en mi pecho se formó una cicatriz que soy incapaz de describir con palabras. Al mirarme en el reflejo del agua y ver mi rostro y mi cuerpo, vi mis ojos amarillos y mi pupila, era completamente diferente a un humano, era diferente a mi mismo, era...una transformación bipolar.
Sentí ganas de chillar, de comer, de comerme a un animal...ganas de...matar, ganas de...sangre.
Tuve un instinto y eché a volar. Mis alas se desplegaban en el aire como si fueran las de un águila experta. En la copa de un árbol pude encontrar a un babuino que dormía tranquilamente. Sigilosamente, deje de volar y mis alas producieron un sonido como si fuera la gota de lluvia que cae sobre el cristal. El babuido se despertó y echó a correr despavorido al ver mi rostro. Le perseguí sin cansarme lo más mínimo. Al tener entre mis brazos, con una zarpa le rebané el cuello y empecé a comerme todo lo que había en su interior sin dejar nada atrás.
Después de eso me sentí mucho mejor. Me dispuse a descansar.
A la mañana siguiente, al despertarme, mi ropa estaba empapada de sangre al igual que mi cara y por más que quise saber lo que pasó no me acordé, hasta que encontré al babuino descompuesto a mi lado y me vino a la cabeza lo que hice la noche anterior. ¿Cómo pude hacer yo eso? ¿Por qué? ¿Por qué sólo me pasa de noche? ¿Por que ahora me siento culpable? ¿Qué debo hacer? Y la pregunta que no dejo de repetirme, a partir de ahora, ¿quién soy?

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