viernes, 14 de octubre de 2011

Camino a la felicidad.


Aquí estoy otra vez. No quiero salir de este sitio y espero que siga siendo así durante mucho tiempo. No quiero recordar su nombre. Sólo de oírlo me produce pánico, horror, desesperación. Me encuentro en un pozo negro, a cien metros de profundidad y no veo la luz del sol, no puedo salir de aquí, tampoco veo la necesidad de dar ese paso.
Recuerdo cuando empezamos. Todo era perfecto, me amaba, yo le amaba. Nuestras peleas eran como las de los demás hasta que se volvieron insoportables. Cada vez eran más las peleas y cada vez eran más los chillidos que se aferraban en mi mente.
Esa noche fue la peor de todas.
Como siempre le esperaba en casa hasta que él llegara de trabajar. Decía que venía cansado pero no era así, lo que venía era borracho, yo lo sabía. Me tiró en cara que no confiaba en él, que vestía demasiado atrevida para su gusto y para el de todos, que estoy con todos a la vez como si fuera una fulana. Eran palabras que me herían psicológicamente y no he logrado olvidar. No pude más y le planté cara, le contesté y el me pegó. Me cogió del pelo y me arrastro hasta la habitación, lo que pasó después fue mucho peor. Me arrancó la ropa sin piedad y me penetró, me penetró con tal fuerza que lloré, sangré y sentí el dolor. Me aferraba a que no lo hiciera, pero era más fuerte que yo. Me violó. Al terminar su sádico juego, me dijo: “estás vieja y gorda”. Me cogió del brazo y me tiró en la ducha. Abrió el chorro de agua caliente y no me dejó salir. Me dejó unas quemaduras que tardaron mucho tiempo en quitarse.
Palizas como esas hubieron muchas y por miedo no dije nada, por miedo a él, por miedo a sus golpes, por miedo a sus palabras, por miedo a lo que pudiera pasarme.
Sólo teníamos siete años de casados y había llegado a ese extremo. A cualquiera que se lo hubiera contado no me hubiera creído, me hubiera dicho que
él es muy diferente y nunca haría tal cosa, en fin, me dejarían como loca.
Chris era mi hijo. Lo tuve con él. Cuando su padre empezó a pegarme él sólo tenía tres años. En una ocasión, fue tan cobarde que me violó delante de nuestro hijo. Quedó traumatizado para toda su vida. Chris era mi único apoyo y por él la mayoría de las veces no me quité la vida, pensaba qué le pasaría si se quedara con su padre, no tardaría días en morir. Era muy pequeño. Cuando su padre me levantó la mano en una ocasión él tenía diez años y se le enfrentó. Su padre le fue a pegar y yo me interpuse, preferí yo la paliza mil veces antes que él. Mi marido estaba celoso de Chris.
Nunca más me arreglé, ni me maquillé, ni me puse guapa y ni siquiera salía con mis amigas, no salía a la calle a menos que tuviera que ser algo realmente importante. Me dejó echa polvo piscológica y físicamente. Yo misma me daba asco por su culpa, no me reconocía. Caí en una profunda depresión de la cual nunca me recuperé.
El día treinta y uno de diciembre, Chris y yo estábamos en su habitación, puesto que su padre estaba borracho y con sus amigos y él y yo no teníamos ni para cenar, ya que su padre no nos dio ni un centavo para un mendrugo de pan. Él me contaba sus penas y yo le apoyaba lo mejor que sabía, puesto que era la persona más importante para mí. A las dos de la madrugada escuché la puerta y pensé que era él, pues Chris dormía profundamente en su cama. Él entró en la habitación y empezó a insultarme. Me dijo algo que me dejó helada. Me dijo: “Ve a ver a tu puto hijo antes de que sea demasiado tarde”. No sé por que, me levanté más rápida que un rayo y fui a la habitación de Chris. Al abrir la puerta, daba la impresión de que estaba dormido. Me senté en el borde de la cama junto a él y vi en su colcha blanca una mancha roja, un rojo fuerte, un rojo...sangre. Al tocarle la cara me manché con ese líquido rojizo y sabía que algo iba mal. Le destapé y mi hijo estaba abierto en canal. Todas sus tripas, su estómago, su hígado...todo estaba en la cama. Sentí una rabia profunda en mi interior y corrí hasta la cocina, cogí un cuchillo y fui a la habitación con la intención de hacerle pagar a él lo que le había hecho a mi hijo. Mató a su propio hijo el muy desgraciado. Me quedé un momento en la puerta y pensé: “Ahora estoy realmente sola, si esto no sale bien, estaré sola de por vida, he perdido a mi hijo”. Me entraron unas ganas incontrolables de llorar por la pérdida de mi hijo, por la soledad, por el monstruo que tenía por marido, por mí.
Entré sigilosa y no le encontré. Miré en todas partes y en un momento de mi torpe descuido me agarró por el cuello y empezó a estrangularme. Le arañé, le abofeteé pero todo fue inútil contra su incontrolada fuerza. A los pocos minutos dejé de respirar.
Ahora no sé bien dónde me encuentro pero tengo una paz increíble en mi interior aunque nada de lo que ha pasado se ha borrado de mi mente. He buscado a mi hijo, ya que los dos estamos en la misma situación: muertos. Pero no le encuentro por ninguna parte.
Veo una luz, será mejor no moverse. En la luz disipo a alguien acercarse, no sé por qué pero me da la impresión de que sabe que estoy aquí y su silueta me resulta familiar. Al acercarse ese pequeño personaje puedo ver que es Chris y corro a abrazarle. Lloro. Todavía abrazado a mí, me dice: “Vámonos mamá”. Me quedé extrañada, en cambio, Chris continuó: “Vámonos al paraíso donde no existen hombres como papá, donde tú y yo vamos a tener lo que siempre hemos querido...
                                                               LA FELICIDAD .












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