El ambiente estaba muerto, parecía un desierto por el que había pasado una gran guerra y había arrasado con todo. El suelo estaba empapado de una mezcla de sangre y arena.
Caminé unos pasos y empecé a divisarlo. Estaba por todas partes. Cada cachito, cada centímetro, cada gota...lo habían roto en mil y lo habían echo sin piedad. Sin creérmelo pasé alrededor y me agaché para coger entre mis brazos temblorosos uno de su retazos que aún sangraba en sus últimos suspiros. Lloré al ver que su latir se moría, moría tan lentamente como mis pensamientos.
Alcé la mirada y pude ver cuánta desgracia alberga esta alma nuestra que puede ser tan fuerte como un tanque o tan ligera como una pluma, dejando desolación donde habían ilusiones, retazos de sueños donde habían logros y ganas de volver a la vida después de que haya sido arrebatada.
Entonces lo vi. Me di cuenta. Aún estaba a tiempo. Mientras buscaba el sitio más alejado y tranquilo de aquel recoveco recogí a cada uno de los retazos y poco a poco, con la paciencia de un buen costurero cosí hasta que volvieron a ser uno. Fue una tarea difícil pero las ganas, las ilusiones y los sueños seguían tan vivos que me animaban a seguir en mi empeño.
Una vez terminado admiré desde la distancia lo sorprendentemente bien que había quedado pero al fin y al cabo, no tenía vida así que decidí darle parte de la mía. No podía vivir sin él, le necesitaba como un pulmón el aire limpio y puro, como un bebé la rica leche materna que su madre le da con amor. Sin más que pensar clavé la aguja en mis venas, la conecté al tubo y éste a mi obra. Vi como absorbía cada gota y la guardaba para sí. Inconsciente caí al suelo y desperté al cabo de las horas, no por placer si no por escuchar un ruido familiar que hacía mucho que no escuchaba.
Abrí los ojos y ahí lo vi. Mi obra maestra, ésa que habían destrozado como si fuera la mayor de las herejías, dejando nada más que sus retazos. Pude ver que volvía a ser el de antes pero mucho más fuerte y con más ganas de luchar.
Enseguida supe que la guerra que había destrozado a esta parte de mí era alguien de quien jamás hubiera desconfiado. Aprovechó mis desventajas y mis emociones, aprovechó que caí como una tonta en sus redes y cuando menos lo esperaba atacó sin más dilación a lo que más me importaba, sin dejar nada atrás.
Ahora, fuerte y poderoso vuelve a alzarse mi corazón. Latiendo con tanta fuerza y seguridad que impone. Protegido por minas a su alrededor, campos electrificados y una gran muralla me hallo en su cima en el gran castillo de cristal, frío como los mismísimos témpanos de hielo donde ambos esperamos y admirados los intentos de los caballeros andantes, que con mil y una torpezas no traspasan la muralla. Ni sus mejores armas, ni sus mejores hechizos son posibles contra nosotros. Sólo aquel que venga con el corazón en la mano, con astucia, con sinceridad y con amor verdadero podrá pasar todos los obstáculos y llegar hasta la peor prueba de todas: Ganar mi corazón.
Caminé unos pasos y empecé a divisarlo. Estaba por todas partes. Cada cachito, cada centímetro, cada gota...lo habían roto en mil y lo habían echo sin piedad. Sin creérmelo pasé alrededor y me agaché para coger entre mis brazos temblorosos uno de su retazos que aún sangraba en sus últimos suspiros. Lloré al ver que su latir se moría, moría tan lentamente como mis pensamientos.
Alcé la mirada y pude ver cuánta desgracia alberga esta alma nuestra que puede ser tan fuerte como un tanque o tan ligera como una pluma, dejando desolación donde habían ilusiones, retazos de sueños donde habían logros y ganas de volver a la vida después de que haya sido arrebatada.
Entonces lo vi. Me di cuenta. Aún estaba a tiempo. Mientras buscaba el sitio más alejado y tranquilo de aquel recoveco recogí a cada uno de los retazos y poco a poco, con la paciencia de un buen costurero cosí hasta que volvieron a ser uno. Fue una tarea difícil pero las ganas, las ilusiones y los sueños seguían tan vivos que me animaban a seguir en mi empeño.
Una vez terminado admiré desde la distancia lo sorprendentemente bien que había quedado pero al fin y al cabo, no tenía vida así que decidí darle parte de la mía. No podía vivir sin él, le necesitaba como un pulmón el aire limpio y puro, como un bebé la rica leche materna que su madre le da con amor. Sin más que pensar clavé la aguja en mis venas, la conecté al tubo y éste a mi obra. Vi como absorbía cada gota y la guardaba para sí. Inconsciente caí al suelo y desperté al cabo de las horas, no por placer si no por escuchar un ruido familiar que hacía mucho que no escuchaba.
Abrí los ojos y ahí lo vi. Mi obra maestra, ésa que habían destrozado como si fuera la mayor de las herejías, dejando nada más que sus retazos. Pude ver que volvía a ser el de antes pero mucho más fuerte y con más ganas de luchar.
Enseguida supe que la guerra que había destrozado a esta parte de mí era alguien de quien jamás hubiera desconfiado. Aprovechó mis desventajas y mis emociones, aprovechó que caí como una tonta en sus redes y cuando menos lo esperaba atacó sin más dilación a lo que más me importaba, sin dejar nada atrás.
Ahora, fuerte y poderoso vuelve a alzarse mi corazón. Latiendo con tanta fuerza y seguridad que impone. Protegido por minas a su alrededor, campos electrificados y una gran muralla me hallo en su cima en el gran castillo de cristal, frío como los mismísimos témpanos de hielo donde ambos esperamos y admirados los intentos de los caballeros andantes, que con mil y una torpezas no traspasan la muralla. Ni sus mejores armas, ni sus mejores hechizos son posibles contra nosotros. Sólo aquel que venga con el corazón en la mano, con astucia, con sinceridad y con amor verdadero podrá pasar todos los obstáculos y llegar hasta la peor prueba de todas: Ganar mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario