martes, 1 de diciembre de 2015

Campesina.

Nuestra historia se remonta en un país muy extraviado, un lugar donde sólo los valientes han llegado. Rodeado por un bosque una ciudad se encuentra, llena de cabañas en las que arden leña. Sólo una costa separa dicha isla del resto del mundo pero es tan infranqueable que los mejores marineros han perdido el rumbo.
En esta remota ciudad viven dos personas sin igual, dos grandes seres destinados a luchar, dos corazones dispuestos a sentir, dos criaturas con ganas de vivir.
Él era un apuesto caballero, cuya profesión se labró con mucho sufrimiento, quiso ser el mejor y lo consiguió combatiendo.
Ella era una simple damisela, quería pasar desapercibida y vivir entre sus letras. Nada le gustaba más que sus simples libros, sus únicos amigos.
El caballero luchó en grandes guerras y ganó la mayoría de ellas pero nunca se dio cuenta de que le faltaba ganar la más bella. Por más que lo intentó una y otra vez no supo como conquistar la cima de ese afán. Mil soldados e ilusiones dejó por el camino, se deshizo de todo lo conseguido y cuando, al verse sin nada, desprotegido, supo que jamás llegaría a su destino. Se encontraba perdido, sin saber a dónde ir y deambulando por el bosque empezó a desistir.
Mientras tanto en una remota cabaña una damisela buscaba una esperanza, una forma de vivir e imaginaba que todos los cuentos podían surgir. Imaginaba que de las páginas los personajes salían y recreaban en su vista una dulce sinfonía. Mas sola quedaba cuando el libro cerraba, callada y sin ganas seguía su jornada. Trabajar muy duro era lo que hacía mientras soñaba despierta que algún día llegaría, algún día tendría a su príncipe azul.
Una noche muy oscura, en lo más profundo de un bosque la damisela se había extraviado, no sabía por dónde había llegado y sin saber qué hacer se sentó en el regazo de un árbol a la espera de que todo fuera un engaño, de que estuviera soñando. 
No sabía si se estaba equivocando pero podría haber jurado que alguien estaba llorando. Caminando con sigilo el caballero se acercó y observó el frágil llanto de aquella bella flor. Se aproximó sin más:
- Dulce dama,¿ qué le pasa?
Al levantar la mirada ella vio el valor en su mirada y él vio la dulzura en su cara.
- Extraviada me encuentro sin saber a dónde ir, caminando me encontraba hasta que terminé aquí.
Dándole la mano la ayudó a incorporarse y juntos emprendieron un viaje. Al principio parecía una vuelta a casa pero con el tiempo se dieron cuenta de que algo pasaba, el corazón de él latía muy deprisa y ella se sentía como una niña. ¿Qué son estas sensaciones? Se preguntaban ambos e ingenuos no sabían el gran amor que se estaba iniciando. Ninguno comentó nada sobre su vida, no sabían quiénes eran pero encontraron la luz que tenían perdida.
Al llegar a la ciudad ambos se quedaron sin hablar, hasta que él dijo sin más:
-Sería un honor invitarte a mi castillo, por favor, ven conmigo.
Ella sin hablar se quedó. No podía aceptar su invitación, en cuanto supiera quién era se acabaría la pasión, todo terminaría en un desagradable adiós.



Palacio de cristal.


El ambiente estaba muerto, parecía un desierto por el que había pasado una gran guerra y había arrasado con todo. El suelo estaba empapado de una mezcla de sangre y arena.
Caminé unos pasos y empecé a divisarlo. Estaba por todas partes. Cada cachito, cada centímetro, cada gota...lo habían roto en mil y lo habían echo sin piedad. Sin creérmelo pasé alrededor y me agaché para coger entre mis brazos temblorosos uno de su retazos que aún sangraba en sus últimos suspiros. Lloré al ver que su latir se moría, moría tan lentamente como mis pensamientos.
Alcé la mirada y pude ver cuánta desgracia alberga esta alma nuestra que puede ser tan fuerte como un tanque o tan ligera como una pluma, dejando desolación donde habían ilusiones, retazos de sueños donde habían logros y ganas de volver a la vida después de que haya sido arrebatada.
Entonces lo vi. Me di cuenta. Aún estaba a tiempo. Mientras buscaba el sitio más alejado y tranquilo de aquel recoveco recogí a cada uno de los retazos y poco a poco, con la paciencia de un buen costurero cosí hasta que volvieron a ser uno. Fue una tarea difícil pero las ganas, las ilusiones y los sueños seguían tan vivos que me animaban a seguir en mi empeño.
Una vez terminado admiré desde la distancia lo sorprendentemente bien que había quedado pero al fin y al cabo, no tenía vida así que decidí darle parte de la mía. No podía vivir sin él, le necesitaba como un pulmón el aire limpio y puro, como un bebé la rica leche materna que su madre le da con amor. Sin más que pensar clavé la aguja en mis venas, la conecté al tubo y éste a mi obra. Vi como absorbía cada gota y la guardaba para sí. Inconsciente caí al suelo y desperté al cabo de las horas, no por placer si no por escuchar un ruido familiar que hacía mucho que no escuchaba.
Abrí los ojos y ahí lo vi. Mi obra maestra, ésa que habían destrozado como si fuera la mayor de las herejías, dejando nada más que sus retazos. Pude ver que volvía a ser el de antes pero mucho más fuerte y con más ganas de luchar.
Enseguida supe que la guerra que había destrozado a esta parte de mí era alguien de quien jamás hubiera desconfiado. Aprovechó mis desventajas y mis emociones, aprovechó que caí como una tonta en sus redes y cuando menos lo esperaba atacó sin más dilación a lo que más me importaba, sin dejar nada atrás.
Ahora, fuerte y poderoso vuelve a alzarse mi corazón. Latiendo con tanta fuerza y seguridad que impone. Protegido por minas a su alrededor, campos electrificados y una gran muralla me hallo en su cima en el gran castillo de cristal, frío como los mismísimos témpanos de hielo donde ambos esperamos y admirados los intentos de los caballeros andantes, que con mil y una torpezas no traspasan la muralla. Ni sus mejores armas, ni sus mejores hechizos son posibles contra nosotros. Sólo aquel que venga con el corazón en la mano, con astucia, con sinceridad y con amor verdadero podrá pasar todos los obstáculos y llegar hasta la peor prueba de todas: Ganar mi corazón.