como yo. Sé lo que anhelas, sé lo que deseas y puedo, es más, quiero dártelo a cambio de que
vengas conmigo y seas mía, te entregues a mí y así, seas la única mujer que hay y habrá por
siempre en mi vida.
¿Qué haríais si un hombre se acerca y os dais cuenta de que es el hombre perfecto y os dice
éstas palabras? Seguramente tendríais vuestras dudas, otras no lo creerían pero la mayoría y
apuesto por ello que se iría con él sin pensarlo demasiado. Un hombre perfecto con una actitud
perfecta que te ofrece una vida perfecta, ¿por qué no ir? Es lo que todas soñamos y deseamos
que ocurra algún día. Pues bien, ésas palabras me la dijo mi hombre perfecto en el momento
perfecto y acepté embrujada por su magia, pero no vi venir la mala suerte que eso conllevaba.
Os contaré cómo pasó todo.
Unos amigos celebraban una fiesta y fui con mis amigas. Estábamos todas entusiasmadas a ver
si por fin ligábamos con alguien, alguien guapo, lógicamente, ya que no se nos acercaba ni Dios.
Al cabo de estar un rato en la fiesta, eso de una hora, casi todos mis amigos estaban borrachos
y mis amigas habían logrado ligar, menos yo que me encontraba en un sillón sentada con una copa,
maldiciendo mil veces el haber venido y sobre todo, el haber tenido la esperanza de ligar con
alguien, puesto que yo de todas soy la más fea y la más plana. Todas me superan en belleza y en
físico. Estando así, mi vista inquieta se posó en un hombre que estaba en el otro extremo de la
habitación. Era un hombre sombrío, mayor, aunque apuesto y daba la sensación de que me miraba
fijamente. No le di importancia puesto que lo achaqué a que estaba sola por que no ligué y al
elevado alcohol de la copa. Sin embargo, para mi asombro no dejaba de tener la sensación de que
ese hombre me miraba y esa sensación me llevaba a mirarle a él.
Al cabo de cinco minutos vi como esa figura de dioses se acercaba en mi dirección y vi su
cuerpo más de cerca. Tenía un caminar y un estar elegante, realmente guapo todo él, un hombre
perfecto. Se sentó a mi lado y con la sonrisa más blanca y perfecta que jamás he visto, me
dijo:
- Buenas noches, señorita. He estado observándola y no he podido apartar la vista de usted
al ver lo hermosa que es, ¿me daría el placer de compartir el resto de la noche con usted?
Boba perdida por su sonrisa, su cara, su cuerpo, su forma de hablar, su proximidad, dije:
- El placer es mío.
Estuvimos hablando casi toda la noche pero poco pude descubrir de él, ya que se interesó
bastante, quizá demasiado por mi vida. En ese momento no me di cuenta ni le presté atención a
este detalle, pero si pudiera volver atrás en el tiempo, lo hubiera hecho. Al terminar la fiesta
nos dimos los números de teléfono y quedó en llamarme y efectivamente, lo hizo. Al día
siguiente me invitó a comer.
Así estuvimos una semana y lo digo abiertamente: este hombre me enamoró, por dentro y por
fuera; era perfecto, desprendía tranquilidad, armonía, paz... o al menos eso creí. Cuando en uno
de los muchos días que quedamos me dijo las palabras anteriormente dichas no me lo pude creer.
Acepté sin dudarlo dos veces. Era perfecto, mis amigas estaban muertas de la envidia por que no
entendía qué veía él en mí y sinceramente, yo tampoco y lo que más me gustaba era que él me
denominaba como un diamante en bruto que no todo el mundo puede ver a simple vista, pero el que
tiene el honor de hacerlo es más rico que el que posee cualquier cantidad incalculable de oro.
Juntos estuvimos dos meses y me dijo que me fuera a vivir con él, acepté también a esta
propuesta sin rechistar a pesar de que era muy pronto por que estaba perdidamente enamorada de
él y veía mi amor correspondido. Nos fuimos y os digo de corazón que ese mismo día que acepté
mandé a mi felicidad al vacío para nunca más recuperarla.
Las primeras semanas eran perfectas, pasaron tranquils, románticas, solos él y yo. Sin
embargo, al mes de vivir juntos la cosa empeoró gravemente. Cada vez hablaba menos y chillaba
más, todo le molestaba, nada era de su agrado y era una completa inútil para él. Ya no había
amor por su parte, o si lo había no lo demostraba, me daba a entender que era una idiota, que
me tenía asco y que no servía para nada en esta vida. Un día me dijo algo que me dejó
gravemente afectada:
- Ojalá no te hubiera conocido, total, para lo que sirves... me arrepiento de haberme
acercado esa noche a ti.
La que se arrepentía verdaderamente era yo, me dolía más que a nadie vivir con alguien a
quien amaba pero que a cambio recibía desprecio hiciera lo que hiciera, por mucho que intentase
mejorar.
Al llevar un año aguantando esta insoportable situación se sumó algo peor por lo que rezaba
todas las noches para que no ocurriera. Vino de trabajar y como uso costumbre se quejó de lo mal
que hacía todo y le contesté que si no le gustaba que lo hiciera él. Entonces él se acercó, me
agarró del brazo, me dió una cachetada y me tiró al suelo. Me quedé fija en el mismo sitio donde
caí, no sabía cómo reaccionar, todo mi cuerpo estaba en tensión y temblaba. Seguidamente, me dijo
que me levantara. Yo no pude, mis piernas me fallaban y él me arrastró por el pelo hasta el baño,
abrió el grifo del agua caliente y me metió dentro, sin piedad ninguna, muy seguro de lo que hacía.
Éstas palizas cada vez se hacían más frecuentes y yo seguía actuando de la misma manera, es decir,
no hacía nada, me dejaba pegar, hasta que un día decidí plantarle cara. Se acabó eso de dejarme
pegar por que le amaba, a tomar por saco el amor, me dije, él no me ama y nunca lo ha hecho, ¿por
qué he de amarle yo? Así que cuando llegó y vino dispuesto a pegarme, yo le esperaba con un
cuchillo guardado celosamente por dentro del pantalón. Se acercó a mí y me dijo:
- Venga, que hoy estoy generoso y recibirás el doble, que sé que te gusta.
Sigilosamente me puse de pie, me planté delante de él y mirándole a los ojos, le dije:
- No he reaccionado hasta ahora por que te amaba pero, ¿sabes qué? Ya no te tengo ni
aprecio, dicen que del amor al odio hay un paso y yo lo he dado sin ningún miedo.
- ¿Qué harás? ¿Me pegarás? No me hagas reír, eres una debilucha que no puede ni consigo
misma.
- Inténtalo.
Levantó la mano y se propuso darme una cachetada pero saqué el cuchillo y dio un paso hacia
atrás.
Me miró fijamente y con una sonrisa en los labios, me dijo:
- ¡Uy, qué miedo! ¿Vas a apuñalarme?
- Ganas no me faltan- le respondí.
- ¿Y qué le dirás a la policía?- bramó orgulloso.
- Decirles que es en defensa propia, la pura verdad.
Esa última frase le enfadó más y vino corriendo a pegarme y no lo pensé, agarré fuerte el
cuchillo y lo acerqué rápidamente hacia su dirección. Cerré los ojos y al abrirlos vi que él
estaba pegado a mí, con el brazo aún en alto y el puño cerrado pero su mirada me traspasaba,
como si estuviera viendo algo y no viera que yo estaba en medio. Bajé la mirada hacia su
abdomen y vi que estaba corriendo la sangre por mi mano, por su vientre y llegaba al suelo,
formando un charco. Solté el cuchillo. Él se desplomó y me quedé así, quieta, sin decir nada,
sin hacer nada. No podía creerlo, le había matado, me había liberado de él.
Cuando pude reaccionar cogí el teléfono y llamé a la policía diciendo que mi novio se
encontraba en mitad del salón con un cuchillo atravesando su vientre. Llegaron al cabo de
media hora. Fui llamada a juicio por que no negué mi culpabilidad, dije abiertamente que le
había matado pero en defensa propia, puesto que era víctima desde hace mucho tiempo de maltrato,
tanto físico como psicológico y gracias a las declaraciones a mi favor de mis vecinos y las
marcas en mi cuerpo que él dejaba, sobre todo quemaduras, quedé en libertad.
Hoy día vivo con mi mejor amiga y he pasado página, aunque de momento no quiero a ningún
hombre en mi vida. Soy feliz a mi manera.
No creais en lo que os digan, mirad como he salido yo. Primero conoced y pensad bien, luego
actúen como crean conveniente. Os irá mucho mejor en la vida, no sólo en el amor, si no en todos
los aspectos, por que como dijo ése desgraciado cada uno de nosotros somos un diamante en bruto
aún por descubrir.

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